Los límites del fanatismo
Actualizado:La polémica sobre las caricaturas del profeta Mahoma sigue creciendo, pese a la llamada a la calma de las autoridades occidentales, que sin embargo no pueden plegarse a la exigencia islamista de cercenar la libertad de expresión ni a la de someterse a supersticiones que afecten a la naturalidad de la cultura. Ayer, Irán pedía la celebración de una reunión extraordinaria de la Conferencia Islámica para tratar «el ataque organizado contra el mundo musulmán». El Gobierno de Dinamarca, el país inductor de la polémica, ha hecho un llamamiento a la calma mientras era asaltada su embajada en Yakarta. También era ayer atacado con granadas un centro cultural en Gaza... Todo esto es descabellado: se puede entender cierta indignación de un colectivo ante una falta de respeto -siempre relativa y opinable- a sus valores religiosos, pero no es admisible que la respuesta sea violenta, realmente sanguinaria. Cada vez hay más elementos de juicio para acunar la convicción de que no hay posibilidades reales de que nuestro mundo conviva pacíficamente con comunidades fanatizadas por un credo agresivo, que propugna claramente la destrucción del otro, del diferente.