Transgénicos por imposición
Actualizado:La hibridación entre especies sexualmente compatibles, para obtener los rasgos genéticos deseados, ha alimentado a la humanidad desde sus inicios. La fabricación de plantas transgénicas rompe con la tradicional selección mendeliana, puesto que inserta genes específicos radicalmente extraños al organismo en el que se implantan. Estos nuevos genes de laboratorio, que no han existido nunca en miles de millones de años de evolución natural, están siendo liberados en el campo e introducidos en las cadenas alimenticias humanas y animales.
Todos hemos escuchado alguna vez que los transgénicos son perfectamente inocuos y están sujetos a unas regulaciones muy estrictas; que son buenos para la biodiversidad, incrementan la producción y reducen el uso de pesticidas, e incluso que servirán para acabar con el hambre en la Tierra. Sin embargo, un recorrido por las investigaciones más sobresalientes y por los acontecimientos de los últimos años en este campo, nos conduce hacia otro tipo de conclusiones bastante diferentes.
La mayoría de los cultivos manipulados genéticamente son tolerantes a un amplio espectro de herbicidas, o están preparados para producir su propio pesticida (toxinas bt de la bacteria Bacillus thuringiensis), para acabar con las plagas de insectos. El año pasado Michael Meacher, ministro de medio ambiente responsable de la introducción de estos cultivos en el Reino Unido, expresaba su horror al tener conocimiento de que una variedad de mostaza silvestre había desarrollado resistencia a los herbicidas, como consecuencia de su polinización cruzada con cultivos de colza transgénica. Reconocía que había sido una decisión equivocada, ya que es imposible garantizar a quienes practican una agricultura convencional u orgánica, que sus cosechas están protegidas frente a contaminaciones cruzadas.
Un trabajo de la Universidad de California publicado en Nature (noviembre de 2001) confirmó la presencia e introgresión de ADN transgénico en las variedades de maíz tradicional que crecen en las lejanas montañas de Oaxaca (México), área perteneciente al centro de origen y diversificación de este importante cultivo. En las conclusiones, los autores exponen su preocupación por el futuro de la producción alimentaria sostenible. Otro estudio de la Universidad de Nebraska (1999) reveló que las variedades de soja transgénica tolerante a herbicidas producen un 6,7% menos de cosecha, mientras que requieren entre 2 y 5 veces más herbicidas. La contaminación genética no tiene barreras y sus efectos son impredecibles. En un reciente informe de la Universidad de Jena (Alemania), los experimentos de campo mostraron que los genes modificados pueden ser transferidos vía polen hasta las bacterias y levaduras del aparato digestivo de las larvas de las abejas. Este estudio demuestra que la transferencia genética horizontal es un riesgo real. Las abejas pueden alimentarse a varios kilómetros de las colmenas y el problema no acaba con la contaminación de la miel por el polen transgénico.
Aparte de contaminar los ecosistemas e incrementar el uso de herbicidas, los transgénicos pueden reducir la biodiversidad y poner en riesgo la salud alimentaria. Las toxinas bt son letales para insectos beneficiosos como la mariposa Monarca (publicado en Nature, 1999) y reducen la abundancia de heterópteros, abejas, aves y carábidos predadores. Una investigación de Stanley Ewen y Arpad Pusztai publicada en octubre de 1999 en la prestigiosa revista The Lancet reveló que la ingestión de patatas modificadas genéticamente duplica el espesor del estómago y altera las células de la mucosa intestinal de las ratas.
Por otra parte, en varios países se ha demostrado que estos cultivos pueden tener un impacto económico-social negativo. El caso de Argentina, segundo productor de soja transgénica resistente a herbicidas, es paradigmático. Entre 1971 y 2004 su producción, destinada especialmente a la exportación hacia los países del norte como pienso para el ganado, se ha multiplicado por 300, está desplazando a los cultivos tradicionales y a la ganadería extensiva del país y ha expulsado del campo a miles de pequeños campesinos, lo que ha agravado la crisis de pobreza. Mientras, el consumo del herbicida glifosato se ha multiplicado por diez en los últimos ocho años y está afectando al equilibrio natural y a la vida microbiana del suelo, originando problemas de descomposición de la materia orgánica y amenazando el futuro productivo de muchas regiones.
En septiembre de 2000, 826 científicos de 84 países publicaron una carta abierta dirigida a los gobiernos, solicitando la suspensión de todas las liberaciones al medio ambiente de estos productos, por ser peligrosos y contrarios a la utilización ecológicamente sostenible de los recursos. En diciembre de 2005, 71 organizaciones de consumidores, agrarias, ecologistas y ganaderas españolas, entre las que se encontraban COAG, UPA CECU, FACUA, Amigos de la Tierra y Ecologistas en Acción, remitieron un escrito al presidente del Gobierno español expresando su profunda preocupación por su política en materia de Organismos Modificados Genéticamente.
Desde la primavera de 2004, las etiquetas de los alimentos deben indicar si contienen algún componente que ha sido manipulado genéticamente. Pero siempre que supere el 0,9 % en su composición, ya que por debajo de este valor su presencia se considera accidental y no se especifica. Como puede comprobarse, la trazabilidad es una ficción. Los transgénicos están en nuestros campos y en nuestra mesa: en cualquier supermercado encontramos tomate frito, mayonesa, postres precocinados e incluso alimentos para bebés con almidón modificado. Ningún organismo oficial nos advierte sobre esta contaminación genética insidiosa, de imprevisibles efectos, impuesta sin la necesaria reflexión y debate en una materia trascendental para la supervivencia humana como es la alimentación.