Merkel, Mahmud Abbas, Paco de Lucía...
Actualizado: GuardarHablando de sonreír a diestro y siniestro o expresarse con seriedad, la enumeración caótica que pudiera rematar el guitarrista universal de Algeciras tendría nombres, además de los agrupados más arriba casi al azar, como los de Rodríguez Zapatero, Tony Blair, Condoleezza Rice, Pascual Maragall, Jacques Chirac, Eduardo Zaplana y otros muchos, entre políticos, banqueros y artistas parecidos. Sonríen, qué le vamos a hacer, cuando salen en los periódicos u otros medios, cuando van a perpetrar alguna mentira, cuando no tienen nada que decir, cuando más atribulados y perdidos están. Qué demonios creen que interpretamos las personas vulgares y corrientes, como ellos, de sus hilarantes máscaras. A quién pretenden engañar a estas alturas de la maldita historia. Sonríen bobaliconamente, pues no es sardónica ni malvada su risa, y creen que con eso ya está todo hecho, que no pasa nada, hombre, que los problemas se arreglarán, no hay por qué alarmarse ni angustiarse, todo es un juego, tío, y hay pobres diablos alarmistas que no se enteran, vosotros qué sabéis...
Es curioso observar también cómo esos mismos tipos simpáticos reaccionan ante algún gesto serio de alguien inmediato a propósito de un hecho grave cualquiera verdaderamente asumido. Descomponen las curvas de sus rictus en un penoso proceso, parecen entonces perros a punto de incontinencia urinaria, siervos de la incomprensión de un amo inalcanzable («Oh tú que me has amado/ como un santo a su dios», que escribió Cocteau), pobres bestezuelas de pronto remotísimas de los prohombres (¿promujeres?) que se sienten. Por qué no adoptar ya de una vez, aunque sea otra máscara, un gesto más comedido y acorde. Por qué dejarse llevar tan fácilmente por una mueca de alegría que sólo tiene la virtud de matar la alegría. Por qué elegir el descrédito cuando pudiera tenerse, y debería, un crédito al menos mínimo.
Vean lo que hace nuestro gran Paco ante las cuerdas. ¿No es cordial el hombre en su vida? ¿No ha bebido desde su nacimiento la alegría trágica del flamenco, el dionisiaco arrastre del toque, el cante, las palmas y el baile? Pero él aparece siempre serio, su imagen es concentrada y casi de sufrimiento, hay en él un placer que busca una verdad, una desnudez que no oculta la perdición, un olvido de la violencia en aras de la belleza, de otra profunda comunicación. Los mismos que lo jalearían en foros y tópicos culturales podrían mirar en serio su serio rostro, podrían aprender ahí tanto de lo que ignoran, los motivos deleznables de su íntima vaciedad y su impostura, tanto de su pantomima innecesaria.
Ahora bien: no es ya que Paco de Lucía sea un ejemplo de transmisión estética con repercusión ética. No es que él haya recogido en su máscara transida el aire universal del arte, que no es sólo el flamenco, y lo haya devuelto perfeccionado al mundo, no a su tierra ni a España (¿qué entidades son ésas!), sino que la risa en sí misma como manifestación de animal racional reclama otro trato y otras caras. «El placer nos usa», dijo Baudelaire, así que la estúpida risa también nos arruga y elige. Ríen de pánico y de falsedad, no como hienas, que aúllan de indiferencia y nocturnidad salvaje, sino como mujeres y hombres acorralados. Ríen como marionetas que pretenden hacer reír, como despedidas de una realidad para la que se saben negados, para un compromiso respecto al cual se saben esencialmente traidores. Dónde, cómo y cuándo reír, esa es una cuestión. Cómo derramar lágrimas reales e interpretar un gesto compungido, ésa es otra.