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El modelo Aguirre/Gallardón

FEDERICO ABASCAL/
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El PP sólo se acerca en las encuestas al PSOE cuando se acentúa el deterioro que sufre el Gobierno socialista, como si no les sobraran méritos a los triunviros de Génova 13, la madrileña sede popular, para afincarse como la gran alternativa. Y en cuanto Rodríguez Zapatero sella con Mas el acuerdo desdramatizador del Estatut, los sondeos internos del PSOE le suben de dos a cuatro puntos, aumentando su distancia sobre el PP.

Resulta sorprendente que mientras la acreditada terna Rajoy-Acebes-Zaplana protagoniza el ruido político del país, impartiendo argumentos devastadores sobre cualquier asunto que pudiera afectar negativamente al Gobierno, sus expectativas electorales parezcan más bien estancadas en la fidelidad del electorado popular, sin desbordarse por zonas más templadas. Y ello sucede cuando, en la comunidad y en el Ayuntamiento de Madrid, la presidenta Esperanza Aguirre y el alcalde Ruiz-Gallardón, respectivamente, superan en los sondeos sus éxitos anteriores, por encima ahora de la mayoría absoluta. Ello causa un perceptible desconsuelo en la oposición socialista.

No puede decirse que Ruiz-Gallardón y Aguirre vayan por libre, pues ambos han aceptado, y el alcalde en circunstancias humanamente difíciles, la disciplina de partido en la que ahora se enlaza estrechamente el terceto formado por Rajoy, Zaplana y Acebes, que impone el rigor disciplinario a todo el organigrama y al catalán Piqué especialmente. Pero la alcaldía de Madrid y el gobierno de la comunidad madrileña son escaparates de enorme proyección política, y como en las tareas, muy importantes, del día a día no surgen problemas de indocilidad orgánica, alcalde y presidenta no parecen sentir en el cogote el aliento disciplinante de la autoridad de Génova.

Esa independencia dentro de un orden que disfrutan Ruiz-Gallardón y Aguirre les permite exhibir la autenticidad de sus respectivas ideologías, sin eufemismos, y el estilo de sus respectivas estrategias políticas, sin miedo al que dirán los mandos. En esas estrategias hay un principio hasta ahora no quebrantado, y es el respeto al adversario, dentro obviamente de la dureza de toda confrontación política. Es muy probable que la ciudadanía madrileña agradezca como una loción balsámica que en su comunidad y en su ayuntamiento no anden todos los días a la gresca los partidos, que se respeten, discrepen, debatan e, incluso, se zancadilleen sin recurrir al insulto ni a las descalificaciones personales.

Desde los despachos de Génova 13 debe observarse con asombro cómo el alcalde de Madrid, que ha levantado en obras la ciudad haciendo más torturador el tráfico rodado, goza de unas expectativas electorales muy por encima de la mayoría absoluta que ya obtuvo en el 2003. Y hasta Esperanza Aguirre, con su talante thatcheriano y su dialéctica arrolladora, mejora posiciones y supera la mayoría absoluta que no consiguió va ya para tres años.

Aguirre, neoliberal sin disimulo, discrepara de ciertas concreciones de la autoridad popular, y Ruiz-Gallardón, más discretamente, no silencia en alguna ocasión lo que su conciencia política le aconseja decir. Y lo dice desde el conservadurismo más clásico y ortodoxo, pero, ay, con muy buenas manera, sin agraviar al contrario ni a sus afines, lo que le diferencia notablemente de la imagen oficial de su partido.

Sería lícito pensar que los madrileños, ensalzando las figuras de sus dos grandes instituciones, desean transmitir a los dirigentes del PP la idea de que, para ganar unas elecciones, el modelo Aguirre/Ruiz-Gallardón es el que vale.