Arreglando el mundo
Actualizado:Esto de escribir en los papeles tiene su gracia. A la espera de que un mal día te cuartee alguien las espaldas, uno va ya notando, al año y pico escaso de empezar a pontificar desde esta esquina, que hay quien te esquiva el saludo y quien te sonríe de oreja a oreja aunque antes le dieran picás para ponerse a contemplar escaparates con tal de no cruzarse contigo. Lo más divertido de todo es que, casi sin comerlo ni beberlo, lo mismo por aquello del cuarto poder, hay quien se cree (y uno hasta lo agradece) que porque servidor de ustedes tiene acceso semanal a los medios es una mezcla de Elena Francis, El Conseguidor y Pepito Grillo, y nunca falta quien te va dando recomendaciones para futuros artículos, con la vana esperanza de que, desde aquí arribita, uno consiga arreglar el mundo.
Por ejemplo, mi amigo M. Seis meses lo menos lleva el hombre insistiéndome que recuerde el caos de números que es la Avenida. No, no la Avenida de Teófila (perdón, de Juan Carlos Primero). La Avenida-Avenida. La de toda la vida, vamos. La que empieza en Cortadura y termina (o sigue, ya no sé) en el Torreón de las Puertas de Tierra. Esa que, aun siendo una línea recta, tiene no sé cuántos nombres. Y es verdad, le digo, que uno no sabe dónde empieza una avenida y termina otra en la misma calle. Y es verdad, reconocemos los dos, que en muchas casas no se ven los números. Y es verdad, le digo, que con los duplicados y todo lo demás, uno no sabe si está en la avenida de Andalucía o ha pasado la frontera inexistente que la separa de las otras avenidas con las que se da codazos. Al final, los dos reconocemos que se podría rebautizar toda la Avenida como la Gran Avenida o Avenida de Cádiz, y renumerar todas las casas, como ya se hizo en la Avenida Juan Carlos Primero (perdón, de Teófila), suponiendo, claro, que los vecinos no pongan el grito en el cielo.
Por ejemplo, mi amigo J. Que a ver cuál es mi opinión sobre el Estatut. Cualquiera le dice que no tengo ninguna opinión formada, que en el fondo me da tres cuartos de lo mismo y lo que desearía, como mucha gente, es que dejen ya de hacer ruido. Que hay en este periódico periodistas y juristas mucho más documentados que yo para escribir del tema. Y que en el fondo (y aquí mi amigo ya me mira raro), lo que uno envidia es la capacidad de negociación que, desde la transición pacá, han tenido siempre los políticos catalanes, con Jordi Pujol a la cabeza, y eso que parece que tiene el tarro más pequeño que otros políticos más cercanos. Y que, entre otras cosas, hasta estaría bien que los partidos, en vez de usar esa palabra tan fea para definirse, hicieran como ellos y usaran términos que tienden más a la concordia como «unión» y «convergencia».
Por ejemplo, mi amigo JC. Que a ver si digo por aquí que ya pasó la navidad, que todavía queda algún Papá Noel colgando en alguna calle, y luego se cae y tenemos una desgracia. Como no es de Cadi-Cadi, le tengo que explicar que, si no se caen, los exornos luminosos se reciclan a matasuegras carnavalescos. Por lo menos en el casco antiguo. No, no sé si los que adornan toda la avenida (la avenida grande, para entendernos) están ahí olvidados o si también se convertirán algún día en plumeros y antifaces. Ya lo veremos en las próximas semanas. Eso sí, le reconozco que para la extensión que tiene el Carnaval de Cádiz, apenas un par de calles en el casco antiguo, la inversión en bombillas para la avenida es un mérito que ni el del Alcoyano de los chistes que contábamos de niños.
Por ejemplo, mi santa esposa. Que a ver si digo alguna vez que cada vez cuesta más trabajo encontrar un punto de venta de bonobuses. Que parece que los esconden a propósito, que quien te los vendía hace tres meses ya ha decidido que no, que no le compensa la molestia el esfuerzo económico. Y que es un misterio insondable que no los vendan ahí mismo, en los autobuses, cuando uno sube y toca la maquinita. Como sería lógico.
Yo les quería hablar de la lluvia que ha llegado por fin, por aquello de que lo mismo se lleva de una puñetera vez el frío y los restos de las dos vomitonas que tengo en la acera de mi calle desde hace seis o siete semanas, pero me he quedado sin espacio en este artículo.