La tacita de hojalata
Actualizado: GuardarDicen que segundas partes nunca fueron buenas y mucha razón hay en eso cuando se aplica a algunos «experimentos» del séptimo arte. La última es la de Los dos lados de la cama, pero también hubo otras como Matrix Revolution o el escandaloso pupurrí español de Misión Imposible 2, donde lo mismo queman un paso para simular una falla que colocan a un extra flagelándose en plena Plaza de España de Sevilla. Que esperemos que la Pene haya hecho un poco de patria chica y le haya dado unas lecciones a Tom sobre el verdadero sabor (y saber) español.
Pero este dicho popular, que puede aplicarse a muchos aspectos cotidianos, no tiene sentido en el mundo del Carnaval, donde no sólo hay que esperar a ver segundas partes, sino terceras, cuartas, quintas y cuantas sean necesarias para apreciar el valor del «chirigoteo». Que desde dentro no se ve, lógicamente, pero bastante tiene un invitado recién aterrizado en la Tacita con entender la letra y pillar el soniquete el primer año. El primero es pues el del aterrizaje. El segundo, espero, es el del gustito, porque el ritmo de coplas y cuplés empieza ya a entrar solo por el oído, y las letras y rimas tienen sentido y algo de sensibilidad. El tercero, preconizo, es el definitivo. El arte está ya dominado, hasta los coros parecen asequibles y sólo falta arrancarse con una chirigota para empaparse de lleno del carnaval. El resto, evidentemente, es ya la consagración, a la que sólo se llega si la afición es sincera y el estómago se revuelve cada vez que suena Ares y Aragón.
No es cuestión de ciencia, sólo de paciencia. De sorprenderse escuchando con gusto al Canijo y hacer quinielas sobre qué será eso de «cortarse bastante». O pensar en los temas que podrán inspirar las letras y los giros y requetegiros que se darán a cada historia para hacerla propia y ponerle el sello gadita.Y como ya voy entrando en estas artes, toca llorar un poco, aunque no sé si algún día mamaré. No sé si lo haré, pero al menos, estoy convencida de que razón llevo. Lo dijo ayer mi compañero Pepe Landi y lo remarco yo hoy en respuesta a su exhortación. Lamenta Pepe que el Carnaval se haya resumido en los últimos años a un espectáculo televisivo y un botellón de disfraces en la Plaza España. Lo dice con la melancolía de quien, supongo, ha conocido tiempos más populares del Carnaval. Yo lo digo desde la decepción porque, salvando el carrusel de coros y las chirigotas ilegales, la fiesta gaditana en la calle no deja de ser un vulgar sábado más, pero en masa, con las incomodidades de las multitudes pero casi sin ningún aliciente que compense los constantes tumultos, las borracheras y las calles impracticables llenas de basuras.... Que, por cierto, no entiendo yo si en los sanfermines, las Ferias de Sevilla y Málaga o las Fallas de Valencia se concentran también cientos de miles de personas por metro cuadrado, por qué nunca antes había visto tanta y tanta basura por las calles a todas horas... Y creo que la UTE no da para más. La imagen del Carnaval es también esto y es incoherente amar a una Tacita de Plata y enseñar otra de hojalata en sus mayores festejos.