Alcanzar la paz al borde del abismo
Narcóticos Anónimos abre un grupo terapéutico en Cádiz dirigido a personas que quieren recuperarse de su adicción a las drogas e iniciar una nueva vida
Actualizado: GuardarLos miembros del recién constituido grupo de Narcóticos Anónimos en la capital gaditana luchan cada día para mantenerse limpios con la única ayuda de la experiencia compartida y el apoyo mutuo. Saben lo que es tocar fondo y no quieren volver a probarlo. Por eso se reúnen cada miércoles en un aula del colegio Tartessos para contar cómo se sienten y escuchar a los demás.
«En NA creemos en el valor terapéutico de un adicto que ayuda a otro. Nuestras reuniones están formadas sólo por adictos. Compartimos unos con otros nuestra experiencia, fortaleza y esperanza para ayudarnos a mantenernos limpios». Manolo tiene lo que se podría llamar una vida estable: trabajo, mujer e hijos. Y, pese a que lleva 12 años sin probar la droga, sigue considerándose un enfermo.
El único tratamiento que le sirve es asistir a las reuniones de Narcóticos en la provincia tres o cuatro veces a la semana. Daniel, otro adicto que lleva limpio más de 15 años, lo explica de forma muy gráfica: «Necesitamos estos encuentros como un diabético la insulina».
Parte del éxito de este programa radica en que sólo exige un compromiso de 24 horas de duración. «Dejamos de consumir sólo por hoy. Yo no dije nunca más voy a consumir, porque si lo hubiera dicho me habría ido, yo no sabía más que consumir», recuerda Daniel.
Las raíces del problema
En las reuniones no sólo narran sus experiencias, también exponen sus sentimientos y ahondan en las raíces de la adicción. «Creo que la enfermedad de la adicción es la incapacidad que tengo yo de relacionarme conmigo mismo. Entonces trato de escapar. Yo me he llevado toda mi vida escapando hasta que caí en la droga. Y la droga era una herramienta idónea para evadirme, para escapar de mí», reflexiona Manolo.
Pero el precio que todos han pagado en esa carrera hacia ninguna parte ha sido demasiado alto. Según Marisa, una treitañera que vive con sus dos hijas en Chipiona y lleva sin consumir dos años y medio, lo que caracteriza a todos los adictos es el sufrimiento: «Se trata de un sufrimiento interior, porque no quieres hacer eso y no puedes dejar de hacerlo. Sabes que te estás matando, que es malo, que estás destruyendo a tu familia, a todo lo que te rodea y a ti mismo, que todo es un caos, pero no puedes dejar de hacerlo».
Ella, como casi todos los que forman el grupo, lo ha dejado muchas veces y ha recaído otras tantas. Pero, también como los demás, desea que esta sea la definitiva. Porque, según Alfredo, otro miembro del grupo, «cuando estás en recuperación y recaes ya no es igual, vas a peor, multiplicado por siete. Es desastroso». Y además, «como sabes lo que tienes que hacer para estar limpio, la recaída te duele más», apostilla Isidro.
En sus encuentros no hablan de las sustancias que consumían. Para ellos no es lo importante. Lo que les preocupa es la enfermedad que en un momento los empujó hacia ellas. «No es la droga lo que nos hace ser adictos. Las drogas están ahí y yo las he cogido, como si hubiera cogido el sexo, el juego o el alcohol. Pero la enfermedad de la adicción está en mí», asegura Marisa.
Juntos en el camino
José Manuel es alto, canoso aunque de aspecto joven y fuerte. Lleva en terapia 14 años, estuvo limpio durante 5 y volvió a consumir. Ahora hace tres y medio desde su última dosis. Conoció a Marisa en una reunión de Narcóticos y se enamoró de ella. Recuerda que cuando le confesó lo que sentía fue la primera vez que afrontaba limpio una situación tan delicada. Ahora viven juntos con las hijas de ella, y pelean cada día por mantenerse firmes. «El mensaje de NA es claro: cualquier adicto que quiera dejarlo puede hacerlo. El único requisito es el deseo sincero de dejar de consumir», afirma José Manuel.
«Yo siempre digo que si yo me pude poner bien se puede poner cualquiera, porque yo era un caso perdido», relata Marisa divertida. «Al principio -continúa-, cuando llegué a las reuniones, no podía ni hablar, no hilaba una cosa con otra. Pesaba 50 kilos y ahora 70. Tengo dos niñas, una casa, un trabajo y un montón de cosas que hacer».
Daniel, como Marisa y el resto de sus compañeros, ya ha hecho su elección. No tiene duda: «Este es un programa de vida. Hemos cambiado la vida del infierno por la vida de la paz».