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Es la guerra

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Es lo que tienen las sociedades armadas, que luego cuesta desarmarlas y, en la euforia, no se sabe de dónde vienen los tiros. Pueden ser expresión de felicidad en una boda o de cabreo frente al Parlamento palestino. La sociedad palestina es un colectivo de insurgentes. Hay, por lo tanto, más Kalashnikov que pan y el hambre y el patriotismo mandan a partes iguales. Cualquier circunstancia será buena para sacar el arma automática de la alacena, como quien saca el jamón. Es más, están medio acostumbrados a dirimir sus cuitas por la vía expeditiva.

En la ascensión a los cielos de Hamas parece que el contento se concentra más entre las buenas gentes, hartas del despotismo y ladronería de la Autoridad Nacional Palestina. Hamas ha hecho mientras una política social de ayuda al desvalido y Fatah ha hecho una política de socialización de los bienes comunes entre los suyos, creando una burocracia inútil y corrupta. Lo que sugiere que sigue faltando el pan, pero hay más alegrías entre los humildes, que tratándose de palestinos son todos menos los chorizos.

Ahora tenemos una sociedad dividida en tres: los cabreados por haber perdido, los cabreados por no haber ganado y los otros, que ya lo estaban. El fuego y la estopa pueden llevar a la parrilla al presidente Abú Mazen, un compositor de triste figura y poco convincentes melodías. Con Arafat era otra cosa. Los mantenía engañados contra el enemigo exterior mientras su mujer distraía hacia el Banco di Lavoro o convertía el patriotismo en fábricas de cacahuetes en Latinoamérica. Arafat definió siempre su capitalito como un fondo de resistencia. Se lo perdonaron todo como a un hijo mal criado porque hacía la guerra. Mantenía a los pobres distraídos en la vieja idea de que el miserable no debe aspirar a la felicidad porque toda su energía ha de emplearla en la supervivencia. Y, ciertamente, nadie organizaba los funerales de los niños como el difunto rais.

Pero de pronto Sharon se hizo pacifista y habitó entre nosotros. Y llegó el sustituto, Abú Mazen, un hombre melancólico y honrado que, equivocadamente sin duda, creyó llegar a la hora de ganar terreno a los cementerios y descongestionar el paraíso. Pero ya las buenas gentes habían sido hechizadas por el embrujo mortífero de la Intifada. Hoy es el día en que los malos han llegado al poder con las fórmulas convencionales de Occidente. La propia comunidad internacional aplaudió la limpieza de los comicios. Pero si estábamos preparados para la democracia, no así para aceptar sus consecuencias. Y es que cualquier acto de libertad en una sociedad en guerra está contaminado.

Entre dos candidatos ha ganado quien era partidario de la guerra. También sucedió en EE UU, ganó Bush frente a Al Gore y se aceptó la guerra como producto de la voluntad democrática del pueblo americano. Mientras que Hamas es proscrito como campeón del terror cuando también era un candidato del terror. Nadie imaginaba, sin embargo, que el verdadero peligro era la desunión de los buenos. Muerto Arafat las milicias de Fatah continuaron por su cuenta la actividad armada y disputan hoy con esas mismas armas los despojos del antiguo régimen. Debe preocupar más el enfrentamiento fraticida que otra cosa. Porque un argumento del caos sería perfecto para que Israel, conmovido, devolviera las cosas a donde estaban y la comunidad internacional, como siempre, mirara complacida.