Tribuna

Todavía no hemos aprobado

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Es ineludible en estas fechas -por la celebración de Fitur- hacer un balance del turismo. Y las cifras son significativas: somos un país líder.

Tan acostumbrados estamos y parece tan propiamente nuestra, que la actividad turística es frecuentemente percibida y considerada como complementaria, incluso por las Administraciones. Nos va tan bien, que no están contempladas las circunstancias y efectos de un previsible escenario negativo.

A finales de los ochenta, España arrastraba las secuelas de un cambio de ciclo y sus consecuentes desarreglos estructurales. La crisis sociopolítica que afectó a la cuenca mediterránea nos dio un refuerzo y un respiro, diligentemente aplicado a mejorar la calidad, estructurar nuevos productos y favorecer la desestacionalización.

Adquirida una distancia prudencial, pero suficiente, de nuestros competidores naturales, nos hemos relajado. Y los antecedentes avalarían la creencia de que estamos entrando en un proceso de estancamiento.

Seguimos empeñados en esgrimir datos que no son representativos de la nueva realidad turística española, motivados quizás porque no disponemos de otros: por ejemplo, la entrada de visitantes ya no es conforme, importa más el gasto y la ocupación.

El dato de entrada preocupa singularmente a las islas y al litoral mediterráneo porque su dependencia del segmento de sol y playa es todavía importante. No debiera ser el caso de Cádiz. Debemos, pues, desterrar la idea de que más turistas representan más beneficios.

Coherentes con el nuevo marco, debemos prestar atención a indicadores representativos de la eficiencia y rentabilidad global y, preferiblemente, de cada segmento o producto. Y aquí tropezamos con un problema de base: los planes de desarrollo o promoción carecen de objetivos cualitativos y cuantitativos.

En el debate social y político entorno al desarrollo turístico, contemplamos la necesidad de generar una masa crítica suficiente con la mínima alteración posible en el medio. Esto, que conocemos como turismo sostenible, representa una responsabilidad ética, pero también es una variable competitiva. Sin embargo, en la práctica es difícil poner los límites, porque impera una visión de corto plazo, vinculada a la especulación urbanística y a los ingresos que genera en las, a menudo, exhaustas arcas de los municipios de costa.

Con el traspaso de competencias sobre ordenamiento de la actividad a las Comunidades Autónomas -cuestionado desde la industria- pudiera considerarse que hemos cometido un error táctico pero, en este escenario, el verdadero error es no disponer todavía de un Plan Estratégico integrado y nacional, fruto del estudio de las necesidades y posibilidades objetivas de los territorios y de las oportunidades en los mercados emisores.

No es una cuestión baladí, porque en un país carente de recursos energéticos, el turismo es un sector estratégico: paga nuestra factura del petróleo, aporta el 11% del PIB, genera un efecto multiplicador en la economía y ocupa al 12% de la población activa.

Mientras todavía impera en el sector y las administraciones la mentalidad de que éste es un negocio «en caliente», las principales empresas turísticas españolas están liderando el proceso de cambio y han entendido que parte del futuro pasa por ser inversores y exportadores de tecnología. Son empresas de considerable peso específico que, aunque no constituyen la mayoría de la oferta, están consiguiendo, por ejemplo, triplicar la rentabilidad de sus inversiones en el extranjero frente a las domésticas. Y a considerable menor coste.

Difícilmente España puede aspirar a ser un destino de calidad sin renunciar a acometer o perpetuar en el tiempo los errores del pasado y, estructuralmente, es improbable que lo pueda hacer.

No por haberse incorporado en estos últimos años al desarrollo turístico está Cádiz exenta de las responsabilidades que conlleva levantar los monstruos urbanísticos que en las décadas de los 60 y 70 han contaminado nuestras costas; o un fomento indiscriminado del turismo de segunda residencia, más recientemente.

Cádiz reúne las condiciones objetivas que le pueden permitir distinguirse como un referente de calidad y desarrollo sensato si se abandonan algunos macroproyectos turísticos que amenazan el litoral y que tanta polémica están generando.

Es determinante que los destinos -municipios y regiones- dediquen tanto en planificación y desarrollo como en promoción.

Un desarrollo sostenible no significa renunciar a su rentabilidad y para ello es necesario medirse, definir objetivos, buscar la eficiencia de los recursos y consensuar políticas con los empresarios del sector. En suma, hacer política y no demagogia. Con la puesta en marcha de un modelo de calidad del destino, el Puerto de Santa María es un caso ejemplificante en nuestra provincia.

Puesto que en el turismo del nuevo milenio compiten los productos y los destinos y no las empresas, debemos ser sensibles y ágiles en el proceso de adaptación a las demandas del mercado.

También conviene comprender que el turismo es más que un negocio, es un proceso de intercambio cultural. Significa comprender y comunicar, atender y adecuarse, preservar las señas de identidad y aprender para ser mejores , aspectos distintivos que hicieron de España la potencia turística que es hoy y que convendría recuperar porque, ¿es coherente invitar a un huésped y desatenderle?