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LA PALABRA Y SU ECO

Amnesia

JOSÉ RAMÓN RIPOLL/
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Todo será que en el supuesto de que se cumpla el décimo aniversario del nuevo Estatuto de Cataluña, el Partido Popular promueva o se sume a los fastos de la celebración brindando, como lo hicieron en el caso del Estatuto de Guernica, por aquello que en su momento muchos de sus miembros despreciaron. Cuando un colectivo pierde la memoria de esa manera, o es que está a punto de atravesar la frontera que separa la cordura política de la demencia senil, o bien es que ha llegado al convencimiento de que los ciudadanos son los verdaderamente desmemoriados y, por lo tanto, no importa defender lo contrario de cuanto se atacó, siempre que de tal falacia se obtengan réditos electorales. Lo que ocurre es que no siempre se obtienen. Si los populares no han logrado nunca la representación que creen merecer en el País Vasco es precisamente porque no es fácil olvidar. En Cataluña tampoco han conseguido forjar una alternativa de cambio e insisten en continuar por el mismo camino, no sólo dándole la espalda al nuevo proyecto estatutario, sino haciendo todo lo posible porque no pueda llevarse a cabo.

Esgrimiendo la dudosa ruptura de la solidaridad autonómica, la violación constitucional o la desintegración de España si el Estatuto sale adelante, los dirigentes del PP no tienen ningún reparo en recurrir a métodos que rozan la inconstitucionalidad, disponiéndose a recoger firmas para la posible convocatoria de un referéndum sobre el tema. La cosa es salir a la calle ante cualquier medida que la mayoría parlamentaria tome sin el consentimiento de los diputados populares. Según parece, el gobierno no debe gobernar, ni las cortes generales legislar sin la ratificación de estos señores. ¿Se imaginan ustedes que al entonces opositor Zapatero se le hubiera ocurrido sugerir una consulta popular para decidir si enviábamos o no tropas a la guerra de Irak? Ni siquiera tal decisión fue sometida a debate parlamentario, y oposición ciudadana no faltaba. Establecer un referéndum para consultar una ley orgánica consensuada por el Parlamento va en contra de la Constitución y es un acto de demagogia, pues son las fuerzas parlamentarias las que democráticamente nos representan. No sólo están dispuestos a agujerear el normal procedimiento democrático, sino que encima vuelven a correr un velo amnésico, demonizando fórmulas económicas o políticas que en otros tiempos y lugares defendieron.

El caso de Piqué es un claro ejemplo de un hombre acallado por su propio partido cuando ha admitido públicamente que, tras las negociaciones estatutarias, el texto no sólo ha mejorado sustancialmente sino que se parece a los propios argumentos que en un principio su grupo defendía. Piqué ha dicho lo que piensa porque es catalán y porque no desea que su partido permanezca al margen del futuro de Cataluña. Lo ha explicado, pero quizás no quieren escucharlo, porque lo que aterroriza al PP es que la cosa vaya por buen camino, sin alborotos, con buen diálogo y en sana compañía, que en definitiva España cambie sin ellos y encima llegue a buen puerto.