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Con la cabeza bien baja

El Cádiz queda eliminado de la Copa del Rey tras volver a perder con el Espanyol merced a dos goles de Jofre Oli tuvo dos claras ocasiones para marcar, aunque el equipo nunca dio la sensación de remontar el resultado de ida

JOSÉ MARÍA AGUILERA/ENVIADO ESPECIAL A BARCELONA
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Adiós a la Copa, adiós. Como suele decirse, fue bonito mientras duró. El Cádiz abandona una competición en la que se mostró brillante en ocasiones pero de la que se despide por la puerta trasera. Con un sabor un pelín amargo por la contundencia con la que cayeron los amarillos cuando el sueño europeo estaba más al alcance que nunca, pero conscientes de que todo se perdió en la ida y ya estaban mentalizados para encajar el disgusto con vaselina.

Impotencia, desconfianza

Al margen del choque de hace una semana, del que se habló y criticó largo y tendido, hay que analizar el partido de anoche que tuvo menos historia de la deseada. La impotencia y la desconfianza serían los ejes sobre los que rodaría el descalabro amarillo, que en un mal partido volvió a perder ante un Espanyol que ni siquiera se empleó a fondo.

La impotencia quedó perfectamente reflejada incluso en acciones puntuales. Es un sentimiento que ayer soportaron catorce futbolistas, un entrenador y miles de aficionados gaditanos. El mal momento de varios jugadores como Oli, Fleurquin, Ania o Enrique impide que fluya el mejor fútbol de un conjunto que ya ganó en Montjuic, pero cuando jugaba por encima de sus posibilidades. Esta eliminatoria con los Medina, Benjamín, Bezares o Estoyanoff sería distinta, o al menos más igualada. Fruto de esta ansiedad, de darse cuenta de que la hazaña es misión imposible, De la Cuesta cometería un penalti infantil que supondría la puntilla definitiva a los amarillos.

Por otro lado está la desesperanza, la desconfianza en sus posibilidades. El Cádiz apenas creyó que podía dar la vuelta a la tortilla. Sólo pensaba en lograr un gol, más por fortuna que por otra cosa, y así allanar el camino. Que los otros se pusieran nerviosos. Pero nadie soñó de veras con lograr la gesta ante un equipo parejo (eso es lo que marca la clasificación), pero muy superior al equipo suplente de Espárrago.

Un gol cuanto antes

Sólo en algunos minutos de la primera mitad el conjunto de Espárrago lo intentaría con más fe y vería factible la hombrada si se hacían bien las cosas. Pero fueron muy pocos, demasiado pocos. En ellos participaba activamente Lobos, muy acertado en los primeros compases pero que se iba vaciando al compás de su equipo. El argentino tiene clase a raudales, es desequilibrante en el uno contra uno y posee una excelente visión de juego, pero buena parte de sus pases morían debido a la falta de velocidad de Ania y al poco acierto de Enrique.

Lobos se convertiría en el único protagonista positivo de la primera media hora, que el Cádiz desperdiciaba amparándose en la paciencia. Las consignas de Espárrago eran claras, y entre ellas estaba el no salir a lo loco a buscar el primer gol para evitar que los de Lotina encontraran espacios al contragolpe. Quizás se confundió locura con valentía, y a los amarillos les faltaba imponerse desde el minuto uno y salir a morder para demostrar que la presa aún está viva.

En cambio, se caía de nuevo en el mismo pecado de no mirar la puerta contraria y estar más pendiente de recibir la falta que de crear juego. Esa inercia en la que suele caer la escuadra gaditana cuando algo no va bien. No obstante, a balón parado llegaba la primera gran ocasión, pero el cabezazo fallido de De Quintana era blocado con acierto por el meta Iraizoz.

La buena mano de Limia

Tras dos buenas acciones de Corominas, que cogía por sorpresa a Espárrago al salir de inicio en el once espanyolista, llegarían los minutos más emocionantes del duelo. En otra acción de estrategia, De la Cuesta y Pandiani remataban al alimón un preciso centro de Lobos, pero el balón daba en la madera. La prueba de que diez centímetros son importantes, pues conducen del todo a la nada y viceversa.

La respuesta no se hacía esperar y, primero Juanfran, y segundo Pandiani, ponían a prueba los hasta ahora desconocidos reflejos de Limia. Buena mano, que se diría en el argot pesquero. Una mano providencial para al menos seguir soñando un ratito más.

El Cádiz tenía que abrir el melón antes de que el colegiado señalara la tregua y por eso se avalanzaba sobre la meta del excelente meta periquito, que nunca cantó, ni bien ni mal. Y el gol estaría ahí, a un palmo de los amarillos. En una buena acción de conjunto, Morán centraba y Oli, libre de toda marca, estrellaba su cabezazo en el poste. ¿Qué mala suerte! Como para tocar madera... o no. Un desenlace nefasto que privaba a los visitantes de lograr su primer objetivo: marcar pronto.

La tendencia al alza no continuaría tras el descanso, y un fatigado Cádiz topaba con un Espanyol bien armado que jugaba a favor del reloj. Se lo tomaba con tranquilidad y con una comodidad impropia de un emocionante duelo copero. Pandiani rondaba el gol pero tenía la pólvora mojada. Afortundamente, para él por supuesto, su homólogo cadista está aún más negado que el rifle. Oli volvía a tener otra ocasión de oro, esta vez en un mano a mano con Gorka, pero disparaba al muñeco como si estuviera en una feria y el premio sería el castigo merecido. En dos acciones casi consecutivas, Jofre apuntillaba a los amarillos con un par de goles. El primero tras un pase de la muerte y el segundo merced a un penalti infantil de De la Cuesta. Otra derrota sin paliativos para agachar la cabeza y seguir pensando en la Liga. El calendario ya no es excusa. La Copa se esfuma con la sensación de que se pudo hacer algo más. Pero los sueños, sueños son. Eran.