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LA COLUMNA

Piqué y los riesgos de la partitocracia

LUIS IGNACIO PARADA/
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Preocupado por la desvirtuación de la democracia parlamentaria en la Italia de la postguerra provocada por la concentración del poder en los dirigentes de los partidos, José Maranini publicó en 1949 un trabajo titulado Mitos y realidad de la democracia. Ahí aparece por primera vez el término partitocracia. Se refería a un sistema político en el que «el diputado no escucha al elector, sino al partido y existen sólo los grupos con el mandato imperativo de las cúpulas partidarias». En estas circunstancias, añade el autor, «el Parlamento es un congreso de partidos en donde el diputado o senador ha de votar, no según sus principios y convicciones personales, sino por lo que ordena el partido en que milita».

El hecho de que algunos politólogos hayan aprovechado esta crítica a los excesos de los partidos políticos para ocultar su escasa inclinación por el sistema democrático no le resta un ápice de cordura a una llamada de atención que hoy resulta válida tanto para el circo electoral americano -donde un candidato independiente nunca puede superar la maquinaria electoral de los partidos tradicionales, generosamente engrasada con interesadas aportaciones privadas- como para las democracias europeas donde la disciplina de voto es la contraprestación que el militante debe asumir como contraprestación a la inversión que hizo su formación política al incluirle en una lista cerrada y bloqueada. Hoy, ese poder de los partidos puede poner en peligro la división de poderes mediante el control del Legislativo desde el Ejecutivo, del Gobierno desde una mayoría lograda con costosos pactos en asociación con partidos minoritarios, y del Judicial a través del nombramiento de magistrados. Es una degradación de la democracia. Porque cuando a esa disciplina de voto se añade el pensamiento único, ya sea en el Gobierno ya en la oposición, los intereses de los partidos se ponen por encima de los intereses de los ciudadanos. Así ocurren casos como el de Piqué.