De 'Sosomán' a bobo solemne
Actualizado:En política, el carisma acompaña al éxito electoral. Con carisma se nace, pero hasta los más oscuros y sombríos personajes adquieren carisma con el triunfo, aunque carezcan de encanto personal y de capacidad de comunicación. La práctica y el oficio hacen el resto. El fracaso destruye al líder o, cuando menos, lo limita a un reducido coro de nostálgicos.
El líder es un personaje único y singular, que ha dispuesto de oportunidades y circunstancias favorables, provocadas por su iniciativa o por puro azar, en las que afloraron sus cualidades especiales. Para que haya un líder debe haber un proyecto político, una voluntad terca y obstinada para sacarlo adelante y un equipo de trabajo conformado por aquél y que asume libremente su dirección.
Hay líderes comunicativos, vivarachos, sombríos, cercanos, mayestáticos, democráticos y tiránicos. La adhesión al líder depende de la ilusión, la devoción, la coincidencia de ideas, la necesidad, el miedo, etc.
En la Transición política española tras el franquismo, el liderazgo, después de superar serias dificultades y resistencias de todo tipo, ha sido asumido por Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. Cada uno con sus luces y sus sombras, con sus éxitos y fracasos.
Suárez desmontó pieza a pieza el atado y bien atado régimen franquista, González estableció el estado de bienestar con la universalización de servicios y modernizó las infraestructuras, Aznar disciplinó a las derechas y les hizo recuperar la autoestima de herederos del franquismo sociológico, Zapatero se empeña hoy en ajustar el modelo territorial y en ampliar los derechos ciudadanos y la protección social de los desfavorecidos.
En el escalafón del interés general, por encima del líder está el hombre de Estado, porque no siempre el líder asume sus responsabilidades con los ciudadanos y con la historia.
La consolidación de un liderazgo no es un camino de rosas y cuando lo es, no conviene olvidar que éstas tienen espinas, hay que convencer a la parroquia propia, emergiendo generalmente de una lucha fratricida enconada y dramática, firmar la paz interna y con el pasado lo antes posible, para proyectarse al liderazgo del conjunto de la sociedad.
El autentico líder y hombre de Estado sabe que no puede ni debe gobernar a golpe de encuestas o sólo haciendo lo que le gusta a la gente, si así fuera no habría impuestos y hasta sería discutible para muchos el estado de derecho. Muchas medidas estructurales sólo disfrutan del apoyo de los electores una vez que han demostrado sus consecuencias favorables para el interés general.
Zapatero tuvo que derrotar al candidato oficial a nivel interno, para lo que utilizó su juventud y frescura política, acompañada del respeto y la más alta valoración de la gestión socialista de la etapa anterior. Aportó un nuevo horizonte a los socialistas una vez que había firmado la paz con un pasado del que no se sentía prisionero.
En un escenario político en el que florecía la descalificación y el exabrupto, se empeñó en establecer la primacía de los principios y del interés general, en contra del clamor de los adeptos que pedían dureza en el ejercicio de la oposición, propuso y firmó con el gobierno pactos en asuntos de estado tales como la política internacional, el terrorismo, la justicia y la inmigración. Entonces, fue Sosomán.
En el proyecto de Zapatero las formas, el respeto a las reglas del juego, que algunos califican de «bobadas solemnes», forman parte de la sustancia de una política responsable frente al insulto, la descalificación gratuita y la bronca como sistema que patentó Aznar y aún siguen practicando sus nostálgicos acólitos.
En estos momentos el Gobierno de Zapatero, a la vez que trabaja en la reforma del modelo territorial en el marco de la Constitución, elabora la ley de protección de las personas dependientes y hace frente a una oposición que no ha asumido la derrota electoral y ha hecho del contrabando político con los asuntos de Estado (modelo territorial, política exterior, inmigración, terrorismo, religión, etc.) el centro de su estrategia de desgaste.
Necesitamos ajustar el modelo territorial, como han reconocido en innumerables circunstancias todos los partidos del espectro político español, especialmente en lo relativo al Senado y a la reforma de los estatutos de autonomía, para adecuarlo a los cambios producidos tras más de veinte años de vigencia: la incorporación a Europa con la transferencia de soberanía que ello comporta, los cambios tecnológicos en la sociedad del conocimiento, el fenómeno migratorio, los traspasos de competencias a las comunidades autónomas, la conformación de nuevos hábitos y costumbres sociales, etc.
En el dilatado devenir histórico, con sus cambios en las pautas políticas, económicas, culturales y sociales que han transformado profundamente a este país, desde su centralidad castellana a su emigración masiva al litoral, hay que encontrar entre todos las claves que permitan articular un modelo territorial colectivo en el que todos se sientan representados.
En el cumplimiento de sus compromisos electorales, el presidente Zapatero, haciendo de la necesidad virtud, en razón de los resultados electorales que no le dieron mayoría absoluta, está haciendo arriesgadas apuestas políticas en relación con el fin del terrorismo de ETA y la modernización del modelo territorial asentado en la Constitución.
Un líder y hombre de Estado es aquel que tiene un proyecto y el coraje y la firme voluntad para sacarlo adelante por encima de las dificultades e incomprensiones coyunturales. Es lo que hizo Felipe González cuando planteó cambiar la referencia al marxismo en la declaración de principios del PSOE o cuando sometió a referéndum la permanencia de España en la OTAN. Es lo que está haciendo Zapatero en estos momentos.