Todo se cuece en La Moncloa
Actualizado:Cuando escuchas a Zapatero, como quien suscribe ayer ante la pantalla instalada en la sala de prensa de la sede de Ferraz para transmitir el discurso del secretario general y presidente del Gobierno ante el comité federal de su partido, te convences de que todo va bien, es fácil, el futuro es de color púrpura, más que rosado. Luego, o más o menos a la misma hora, oyes lo que dice Rajoy en Valencia y tienes la seguridad de que todo va mal, la catástrofe es inminente, el porvenir es más negro que las botas de los policías que acudieron a llevarse el archivo de Salamanca en horas de madrugada, al parecer para no perturbar el tránsito ciudadano. Nadie parece atender a los se supone que millones de ciudadanos que, con distintas gradaciones, porcentajes e intensidades, piensan que no toda va mal, pero tampoco todo bien.
Confieso que, pese a mi natural escepticismo, me siento más tentado de creer a Zapatero cuando dice que todo irá bien que a Rajoy cuando vaticina que todo irá mal. Claro, todos queremos lo mejor. Y, durante una hora ayer sábado, ZP nos propinó, a dirigentes de su partido y a los periodistas, una buena dosis de fervorina, exenta de la menor gota de autocrítica. Salías de la remodelada sede de Ferraz seguro de que lo del Estatut va a ser un paseo militar, la paz en el País Vasco es cosa hecha, la economía va mejor que bien, la reforma impositiva favorece a los pobres y perjudica a los más ricos, las medidas sociales llegan a los rincones más deprimidos... Salías seguro de que hasta la tímida lluvia que ayer caía sobre Madrid va a acabar con el riesgo de sequía. Y, para terminar, un poco de leña al Partido Popular, que simplemente se niega a ver la pericia con la que el gran timonel maneja el barco.
En Valencia, claro, exactamente lo contrario: hay que ser duro con la política del Gobierno, que no sabe por dónde se anda, y así anda todo de pésimamente. Debo reconocer que, en más de tres décadas como cronista político, con decenas de campañas electorales a mis espaldas, probablemente nunca vi pintar de manera tan diferente dos realidades; parece que Zapatero y Rajoy hablan de países distintos. El caso es que da la impresión de que las últimas claves residen en La Moncloa, donde puede que en los próximos días, o en las próximas horas, se cierre la negociación sobre el Estatut. O no, como diría el presidente del PP, gallego consumado.
Pero nada ocurre fuera de las previsiones e imprevisiones monclovitas: ya se vio ayer que, desde luego, del comité federal, que al fin y al cabo es el máximo órgano decisorio del PSOE entre congresos, no puede esperarse que surja disidencia interna o iniciativa alguna. Ni Leguina, ni Bono, ni Ibarra se pasaron siquiera por allí para repetir ante sus compañeros lo que en días pasados dijeron ante los micrófonos de la prensa, que no era precisamente la doctrina oficial sobre la marcha del Estatut.
La verdad es que Zapatero administra hasta las filtraciones de fin de semana a algún periodista amigo, que luego marca la pauta de lo que piensa el principal inquilino del palacio estucado de La Moncloa. Aseguran que se muestra tan tranquilo porque tiene todas las bazas en su mano; desde luego, si nos las tiene él, no las tiene nadie. Pero también corre el riesgo de errar a la hora de valorar esas bazas, aplicando a hechos, indicios o confidencias la lupa de su famoso optimismo antropológico.
Esta semana puede que tengamos algunos datos más sobre cuál es la realidad-real (perdón por la redundancia), siempre tan poliédrica, pero constantemente presentada apenas en blanco y negro por nuestra clase política.