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El caballo y el camello

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No quiero ni imaginarme el sabor u olor -no sé cómo se ingiere- ni mucho menos los efectos de algo cuyo nombre hiere con sólo escucharlo y que parece más un componente corrosivo o inflamable que una droga anestésica. Es la quetamina y, según cuentan, forma parte del recetario más común de los jóvenes gaditanos. Cuarenta euros y un gramo puede ser tuyo. Lo más que puedo decir es que su aplicación está en el campo de la veterinaria y su uso ordinario es como sedante de caballos. ¿Sedante? ¿Caballos? ¿Fiesta?

Sólo con esta descripción se me viene a la cabeza una pregunta del director general de Tráfico que hoy tomo prestada: ¿Hasta qué punto no es homicida una persona que circula a 200 kilómetros por hora por la carretera? Lo mismo podría decirse del camello que, a sabiendas del origen de este estupefaciente y de las consecuencias de una dosis ligeramente excesiva, vende la sustancia a un joven e, incluso, a un menor. ¿Hasta qué punto no es homicida vender anestésico veterinario para caballos como droga dominical?

Supongo que lo mismo podría decirse de la coca, el LSD, los hongos alucinógenos o el MDMA, que lejos de ser objeto de un consumo minoritario y excepcional, están más normalizados en la joven sociedad de lo que todos queremos ver o creer. Odio teorizar sobre el porqué de la abundancia de drogas entre la juventud. Es moda, es inconsciencia y es rebeldía, en este orden. Como siempre lo ha sido, en sus diferentes formas y dimensiones, pero como siempre, ni más ni menos. La diferencia de hoy no está en los consumidores, sino en los productores, en la industria creada en torno a este fenómeno, porque mientras la marihuana extasiaba al mundo hippie de los 60, en la actualidad es la cocaína la reina de las fiestas. Más diseño y más adicción.

Y también es la ley de la oferta y la demanda, y sus respectivos límites: ¿Donde acaba la voluntad y los gustos de la demanda y empieza la esclavitud de la oferta? ¿Es la televisión basura lo que queremos ver o es la programación idónea para adormecer, abducir y captar sin oposición? Hay una respuesta muy clara: en la mayoría de los casos de la sociedad del consumo, las necesidades no existen sino que se crean.

La droga es un producto más de consumo: los trapitos de diario, la telenovela de la tarde y la raya de la noche. Y lo preocupante no es sólo la gran proliferación, sino su normalización. El consumismo anestesia al joven y lo atrapa entre la masa. Y cuando la masa se compacta, es muy difícil fracturarla e intervenir, sobre todo si está organizada y todos tienen interés en perpetuarla porque sacan provecho. Sólo hay una clave contra ella: el conocimiento y el pensamiento libre. Siempre habrá insensatos, pero al menos no serán ignorantes y sí conscientes... que no libres.