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Enrique

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El cantante Julio Iglesias no se entiende con su hijo Enrique. Lógico, dirán ustedes, con lo mal que vocaliza el chico es normal que no le entienda ni su padre. Y viceversa.

Pero no. Parece que la falta de entendimiento va mucho más allá de un mero defecto de dicción. Además, a estos dos el buen oído se les supone, ya que ambos han hecho carrera como cantantes. El problema radica por lo visto en una incompatibilidad de caracteres. Seguramente, de puro parecidos que son. Porque si los polos opuestos se atraen, no es menos cierto que los idénticos se repelen.

Es curioso que el hijo que más se asemeja a Julio, «hasta en las canillas flacas», como ha llegado a reconocer él mismo, sea el que peor se lleva con él. En los últimos siete años, según ha relatado Enrique estos días, apenas se han visto en dos ocasiones. Y no más de cinco minutos cada vez. Hablar de relación tirante sería recurrir al eufemismo. Pero no hace falta leer a Freud para adivinar que este drama familiar tiene su lógica.

De hecho, hace tiempo que Enrique decidió matar al padre. Lo hizo cuando se lanzó a la carrera musical sin contar con su progenitor ni utilizar su apellido. Todo lo contrario que su hermano Julio junior, que quizá por no despegarse del todo de la sombra de papá tampoco acaba de despegar en la música. A la sombra de un árbol como ése no puede crecer nada grande. Y Enrique -de tal palo, tal astilla- lo sabe.

Dicen que Julio es tan competitivo que hasta le duele que su hijo le supere en el hit parade. Cuesta creer que la vanidad de un artista supere a su orgullo como padre. El orgullo de padre, al fin y al cabo, es otro tipo de vanidad, aunque por delegación. Y Julio, que es mayor en años y en experiencia, debería ser el que moviera ficha rompiendo el enroque de Enrique.