Cultura

Desnudos castos y crueles

Un estudio sobre el renacentista Sandro Botticelli revela el contraste entre la belleza pudorosa de su 'Venus' y la violencia de unas tablas expuestas en el Prado

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El leve movimiento de la melena aporta el único elemento sensual a la Venus de Botticelli, obra clave del Renacimiento y ejemplo idealizado de la belleza serena y pudorosa, de piel clara y fría como el mármol. El maestro italiano no siempre guardó tanto respeto por los ideales que procedían de la Grecia clásica, y tuvo una especie de doble vida artística, un lado más terrible y cruel en su trayectoria.

Cuando le hicieron un encargo para un regalo de bodas, Botticelli pintó cuatro tablas en las que unos perros atacan a una mujer desnuda en medio de un banquete, en presencia de un caballero que luego le abre la espalda con un cuchillo para sacarle las vísceras. La serie se tituló 'Historia de Nastagio degli Onesti'. Bonita decoración para el cuarto de unos recién casados. Sobre esta tensión entre lo ideal y la crueldad en Botticelli versa 'Venus rajada' (Editorial Losada), el nuevo libro de Georges Didi-Huberman (St. Etienne, Francia, 1953), historiador del arte francés y uno de los intelectuales europeos más respetados.

El surrealismo se queda corto en comparación con la carga simbólica de las cuatro tablas del pintor italiano, tres de las cuales se exponen en el Museo del Prado gracias a una donación del político catalán Francesc Cambó, exiliado tras la Guerra Civil. «No hay nada que pueda, ni hoy en día ni el Quattrocento, acallar el malestar que en estas obras procura la asociación del 'estilo del orfebre' botticcelliano con esta crueldad tajante, reiterada, sádica e insistente», escribe Didi-Huberman. El pintor que había conseguido el ideal renacentista del desnudo, género rey de la época, muestra en su otro lado «la desnudez abierta, enloquecida y al cabo martirizada».

La interpretación psicoanalítica se ofrece en bandeja al historiador. Por una parte, la Venus del consciente limpio y reprimido, virginal. Por el otro, el frenesí a veces doloroso del inconsciente. «El pudor y el horror», dice Didi-Huberman.

Celestial y vulgar

Platón escribió en 'El banquete' que Afrodita «es doble», y que por esta razón «hay necesariamente dos Amores», la esposa comedida y la compañera del desenfreno. Para un pintor humanista como Botticelli también había dos Venus, la celestial y la vulgar o pornográfica.

Didi-Huberman recoge la cita del también historiador Kenneth Clarke según la cual, «desde los tiempos más remotos, el carácter obsesivo e irracional del deseo físico ha buscado una satisfacción a través de la imagen». Sin embargo, el arte europeo ha tratado de embellecer e idealizar ese impulso para atemperarlo. Pero el deseo, según el francés, siempre sale por algún sitio. La Venus de Botticelli se cubre el seno, la dulce manzana del pecado, y ese gesto desnuda su carga erótica. En 'El descubrimiento del cadáver de Holofernes', Botticelli pinta un cuerpo postrado, bien proporcionado, en una postura sensual, con la cabeza brutalmente cortada en un acto de sadismo.

Botticelli no se paró en la figura desnuda a la que devoran los perros. Fue más allá. La verdadera desnudez se encontraba para él dentro, en el interior del cuerpo, en las vísceras; por eso los animales tratan de arrancárselas a la mujer en una de las cuatro tablas.

El artista sabía que los cuadros iban a decorar el cuarto de un joven matrimonio y trató de presentar la historia de la chica devorada, procedente del 'Decamerón' de Bocaccio, con un tono 'moralista', al menos para los cánones de ese periodo. Así, la mujer se habría resistido a los deseos de Nastagio, y en venganza por su corazón duro y frío, le habría echado los perros y al caballero para que éstos se lo arrancasen. Todos los teóricos culturales verían hoy en la obra una justicación de la violencia doméstica.