«Cuando tu hijo necesita tu riñón, no te paras a pensarlo; lo haces y ya»
José María L., un gaditano de 47 años, cede su órgano a su hijo de ocho años gracias a una operación quirúrgica que minimiza los daños y la recuperación
Actualizado: Guardar«¿Estás preparado?». La voz del doctor Pérez Hernán, coordinador de la Unidad de Transplantes del Hospital Vírgen del Rocío de Sevilla suena dulce desde el otro lado del teléfono. Casi acuna. «Abrígate que hace fresco», le dice. Tras un silencio, se vuelve oír al doctor: «Voy a buscar una manta para ponértela en las piernas. Yo te llevo en el carrito».
José María L. emprende el viaje de 200 ó 300 metros que le separan de la habitación de su hijo Pablo, de ocho años. Ambos permanecían ingresados ayer en el hospital, pero en distintas dependencias. El padre, en Urología, mientras el hijo se encuentra aún en el Hospital Infantil, en la Unidad de Transplantes.
Los dos se encuentran bien. Aparentemente están igual que 48 horas antes, cuando ingresaron en quirófano. Pero hay una gran diferencia: Pablo lleva el riñón de su padre y José María tendrá que acostumbrar al suyo a trabajar doble.
Cuando se supo que el riñón de Pablo ya no iba a aguantar más, la familia comenzó a hacerse estudios. Al final, él más compatible era José María, el padre. «Somos del mismo grupo sanguíneo», aclara. Son tan compatibles que hasta se parecen físicamente, comenta. Y no lo pensó más. De hecho, como él mismo dice, «no puedes pararte a pensarlo. En estos casos, cuando ves a una persona allegada sufriendo... Da igual que sea un hermano, una madre, un hijo. Lo haces y ya».
Y llegó el momento de explicárselo al niño. «Le dijimos que él tenía un riñón malo y que se lo iban a cambiar por el de papá, que estaba bueno». Así de simple, porque explicar este tipo de situaciones a un niño de ocho años no es fácil.
José María prefirió llevar en secreto la operación y no darle un disgusto a la familia, «hasta que no estuviera todo hecho». Sus padres, ya mayores, se enteraron después, cuando no había ya nada que temer. Los compañeros de trabajo, «que lo sabían porque tuve que pedir la baja» y los amigos han estado a su lado, llamándoles e interesándose por las operaciones.
Tras la operación, fue la esposa de José María la que tuvo que hacer de enlace, «porque no nos dejan usar los móviles, para que no hagan de interferencia con los aparatos». Así, el donante se fue enterando de cómo estaba su riñón y su nuevo dueño.
Por fin, paciente y doctor cubren los metros que les separan. Padre e hijo se encuentran en la UCI del hospital infantil y charlan con las mascarillas puestas. El doctor, testigo del encuentro, les hace una foto con su propia cámara. «Ha sido una escena muy bonita», dice. Y su voz, al otro lado, sigue sonando pausada, tranquilizadora.