El ejército del Papa
de servicio incondicional a los pontífices entre gestas y momentos menos memorables
Actualizado: GuardarLa Guardia Suiza es uno de esos cuerpos militares, como los soldados de Buckingham, que pese a su peculiar aspecto se toman muy en serio su cometido. No es para menos, porque se dedican exclusivamente a proteger al Papa; ni siquiera está entre sus deberes defender el territorio vaticano. Lo hacen sólo con una alabarda y vestidos como de ópera. «Figuras grotescas», dijo Stendhal. Son el ejército más pequeño del mundo y también el más antiguo, en el sentido moderno del término, pues el francés no surgió hasta un siglo después. La Guardia Suiza nació hace 500 años, tal día como hoy, y el Vaticano lo celebrará durante los próximos cuatro meses.
Fue idea de un Papa que casi hizo más guerras que misas, Julio II, y en 1506 decidió formar un cuerpo militar estable, un lujo para la época. El Papa, obviamente, se dirigió al mejor proveedor, que entonces eran los cantones suizos. En las montañas alpinas, pobres y muy pobladas, ser mercenario era como hacer la vendimia. Al llegar el verano, los jóvenes se apuntaban a la guerra más interesante en el bando más conveniente, y luego volvían a casa con el dinero y las primeras nieves. Eran 15.000 hombres sin caballería que se movían a gran velocidad y tenían fama de ser los más fieros y disciplinados. Ya Tácito definió a los helvéticos como «un pueblo de guerreros, famoso por el valor de sus soldados». Visto el negocio de la neutralidad, la propia confederación de cantones organizaba la mano de obra. Así que, a cambio de 490 ducados grandes y 970 comunes, enviaron al Papa una remesa de 150 hombres con el capitán Kaspar von Silenen, del cantón de Uri. Entraron el 22 de enero en Roma por la Piazza del Popolo.
La heroica defensa del pontífice en el gran saqueo de Roma de 1527, obra de tropas españolas y alemanas desatadas en una orgía anticlerical, les valió el privilegio de convertirse definitivamente en la guardia personal del Papa. El cuerpo ha tenido sus altibajos y ha estado al borde de la disolución en varias ocasiones. Pío X estuvo a punto de suprimirlo a principios del siglo XX, ante la revuelta, ya habitual, que siguió a su elección, porque los soldados exigían una paga extra por el trabajo durante la sede vacante. Al final optó por conservarlo, pero con un buen lavado de cara. De esta refundación nace la Guardia Suiza tal como la conocemos hoy y se debió a Jules Repond, el militar profesional a quien el Papa encargó la tarea. Repond era un señor que se paseaba por el Vaticano con prismáticos y un plano, como si estuviera a punto de entrar en combate, y hasta llegó a proponer colocar unos cañones. Se lo tomó muy en serio y consiguió dar lustre al regimiento: diseñó el uniforme actual, recuperó la alabarda, echó a los que no eran suizos -se había colado mucho romano- e impuso una férrea disciplina. De hecho, algunos guardias abandonaron el cuartel asqueados, cantando la Marsellesa y gritando vivas a Garibaldi, que 30 años antes había tomado Roma y acabó con los estados pontificios. Hasta entonces, los romanos solían hacer cantos burlescos sobre las andanzas nocturnas de los soldados pontificios, su afición al vino y su escaso rigor, pero eso se acabó. Entonces se implantó la sobriedad y meticulosidad que hoy les caracteriza. Cuentan que en 1955, Giuseppe Della Torre, harto de ser detenido cada día al entrar en el Vaticano, respondió al ¿Quién va? de esta manera: «Va un señor que desde hace 40 años dirige el Osservatore Romano». En 1970, Pablo VI dejó la Guardia Suiza como única fuerza de seguridad y eliminó las otros dos, la Guardia Noble y la Guardia Palatina.
¿Qué hace hoy un guardia suizo? Pues vigila día y noche uno de los 27 puestos establecidos en las puertas, logias y salas vaticanas. Al principio está acompañado de un mando y sólo llega a escoltar al Papa tras ocho años de servicio. Vive dentro del Vaticano, en un cuartel con tres barracones que se halla a la derecha de la plaza de San Pedro, entrando por la puerta de Santa Ana. Si tiene graduación, al menos 25 años y lleva tres en el cuerpo, puede casarse. En este momento, 15 viven con sus familias y tienen 20 niños. Hasta hace poco no se admitían suizos de cantones italianos, «porque se temía indisciplina y un exceso de confraternización con la población», ha reconocido el comandante Mäder.
Sin mujeres
No hay mucho tiempo libre, pero tampoco demasiadas distracciones. Los soldados se pueden apuntar al equipo de fútbol, F.C. Guardia, fundado en 1975 y que juega amistosos, además del torneo vaticano. Disponen de una sala de juegos y un gimnasio, y de una piscina en un convento cercano. Pueden salir a dar una vuelta por Roma, pero sin trasnochar. No hay mujeres, «porque con 110 jóvenes encerrados en un cuartel causarían inevitables problemas disciplinarios y de relaciones», explica Mäder. Sin embargo, con el uniforme se debe de ligar, porque en el último año se han casado cuatro.
Las italianas y la belleza de Roma, tener una experiencia única en el extranjero, son algunos de los reclamos confesos de estos mozos llegados de aburrídisimos cantones. Pero también, por supuesto, la vocación de servicio y la fe católica. Engancha, porque muchos se quedan hasta diez años. En los valles suizos, ir a la Guardia es un orgullo y una tradición, a veces familiar. Los que vuelven cuentan anécdotas y recuerdan con nostalgia la vida de Roma. En el pueblo les conocen y a menudo su servicio les facilita encontrar un trabajo a su regreso, porque todos piensan que será un persona de confianza. Si no, no habría vigilado el sueño del mismísimo Papa.