LA RAYUELA

Yo pisaré las calles nuevamente

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Cuando vi a la multitud saludar a Michelle Bachelet, elegida nueva presidente de Chile, no pude evitar un estremecimiento de emoción y se me coló el eco de una vieja canción nunca olvidada de Pablo Milanés: Yo pisaré las calles nuevamente / de lo que fue Santiago ensangrentada / y en una hermosa plaza liberada / me detendré a llorar por los ausentes. Han pasado casi 33 años, desde aquel funesto 11 de Septiembre en que los militares golpistas asesinaron a sangre y fuego las esperanzas que el pueblo chileno había depositado en el gobierno de la Unidad Popular, llevándose por delante la vida de tantos hombres buenos, entre ellos, la de su presidente, Salvador Allende.

Michelle es médico de profesión, como Allende, e hija de un general del Ejército del Aire que murió como consecuencia de las vejaciones y torturas que le infringieron por el delito de haber permanecido fiel a la Constitución y a la democracia. Ella misma y su madre fueron detenidas y debieron emprender, como tantos chilenos, el camino del exilio durante algunos años. Me complace doblemente el que sea mujer y que su vida no haya sido nada convencional (pediatra, separada y con hijos de dos uniones), en un país donde no ha habido divorcio hasta hace apenas dos años.

¿Qué terrible experiencia la de ese pueblo! que ha tenido que sacrificar toda una generación para volver tomar las riendas de su destino, usurpadas por unos salva patrias alentados desde el Pentágono por un jefe de la diplomacia estadounidense, Kissinger, promotor de sangrientas dictaduras en nombre de la democracia y autor de la famosa Doctrina Kissinger de las Relaciones Internacionales que, abochornado, tuve que estudiar para poder licenciarme en Sociología.

Michelle, va a ser la primera presidenta no tutelada e hipotecada por el pasado: los congresistas y senadores de las cámaras emanan absolutamente de la voluntad popular y su gobierno no tiene las manos ateridas por el ruido de los sables. Hace falta mucho patriotismo de verdad, generosidad y sentido común para superar las secuelas de la dictadura.

Y debemos al polémico, pero admirable, juez Garzón el histórico avance que ha supuesto la doctrina de la persecución de los golpistas más allá de cualquier frontera, enjuiciables por el Tribunal Penal Internacional o por los tribunales de países con ciudadanos víctimas de sus iniquidades. Así, y pese a la resistencia de los herederos de la doctrina Kissinger, el derecho internacional progresa en el mundo, advirtiendo a los salteadores de la democracia que para su crimen hay castigo. Hay que sacar de las Constituciones y de las escuelas la idea de que unos funcionarios tutelan los valores colectivos de los que sólo la soberanía popular es propietaria, y por otra parte, fortalecer la doctrina contra la impunidad golpista en cualquier rincón del planeta.

Ya sé que han detenido o enjuiciado a los asesinos de Víctor Jara (el cerebro y la mano), pero quién nos devolverá su voz y su sonrisa en el estadio donde fue detenido, aunque ahora lleve su nombre? ¿Quién nos consolará de la apresurada, urgente despedida, de Pablo Neruda en Isla Negra? ¿Para qué tanta sangre derramada? Habrá miopes que en estas palabras verán odio. Pero no es odio, sólo es una infinita tristeza.