Las tintas de la verdad
Günter Grass y Claudio Magris criticaron la sociedad de la información en la Fundación Príncipe de Asturias
Actualizado:Primero se encontraron en el vestíbulo del hotel. Recién llegados ambos se saludaron abiertamente y en alemán. Luego ambos hicieron grupo con sus mujeres y recorrieron el Oviedo más cuidado. Sólo descansaban y admiraban. Poco después, ya sobre el mantel, los dos intelectuales hacían del almuerzo el primer envite del debate que el salón del hotel de la Reconquista, testificaría horas después bajo su inmensa cúpula y a aforo lleno en el XXV aniversario de la Fundación Príncipe de Asturias, al que fue invitada la directora de LA VOZ, Lalia González-Santiago.
Llegaban el autor del Danubio y el de El tambor de hojalata a su pulcro escenario blanco con la misión de destapar la verdad sobre las mentiras en las que vivimos, es decir, con la intención de abordar la independencia de los medios de comunicación. La misión les llevó a realizar una encendida crítica del trabajo periodístico. Y no la hicieron solos. Estuvieron Magris y Grass acompañados del ensayista alemán Ivan Nagel y los periodistas Massimo Nava y Ángeles Espinosa. Sólo ésta última encontró en la honestidad del periodista y en la dificultades, a veces extremas para realizar su trabajo (ella es corresponsal de guerra), argumentos de defensa. El resto de los intervinientes dejaron sus fuerzas verbales en la denuncia.
Magris, que dirigía y coordinaba el debate, abrió fuego describiendo los requiebros que, según él, hacen los medios para que la verdad no llegue a su destino. El más evidente es «callarla». También se puede «alterar. Es decir, convertirla en mentira». Pero «la manera más actual y difícil» de evitarla es «verterla en un océano de noticias donde las voces y mensajes más fuertes impiden escucharla». Mientras el Premio Príncipe de Asturias 2004 decía esto, el de 1999 sacaba la libreta y tomaba notas. Sólo lo hizo en esa ocasión. Después Magris, que definió a Grass como «el baluarte de la necesaria anarquía de la poesía», y diseccionó las tendencias periodísticas por tradiciones nacionales, poniendo cierto sarcasmo a la de su propio país, habló de la fuerza del prejuicio, como «tendencia perversa de nuestro tiempo» y remató su primera intervención asegurando tener «la melancólica sensación de que la verdad aflora cuando ya no sirve para nada».
En este punto fue secundado por su colega alemán que estuvo aún más severo. Quizá Grass fue el único que mantuvo la crítica hasta el último minuto sin perder un ápice de dramatismo. «Sabemos que existe una manipulación de las opiniones desde siempre, aunque creíamos que eso era algo que no afectaba en Occidente. Sin embargo, aquí es todavía más grave, porque ocurre en democracia», dijo.
Prensa libre
Pasaron por la voz de Grass desde Harold Pinter, y su discurso de recogida del Premio Nobel, en el que denunció la criminalidad de la CIA, hasta la obra más popular de George Orwel, 1894, en la que el Ministerio de Defensa se convierte en Ministerio de la Verdad, precisamente para evitar que llegue a la sociedad. Y todo para advertir que «no existe una prensa libre» y que el sistema capitalista «y las dependencias económicas de los que producen las noticias hacen más complicada su existencia».
Pero el Nobel alemán no sólo fue duro con los medios de comunicación, pues éstos sólo reflejan otras realidades. Así arremetió contra gobernantes y gobiernos, para recordar, por ejemplo, que nadie ha pedido perdón por haber lanzado la bomba atómica sobre Nagasaki e Hiroshima, «ni reconocido que se estuvo al borde de una catástrofe nuclear», o para recordar que el Vaticano mantiene en secreto expedientes de la Inquisición. «Todos mienten sin escrúpulos con tal desfachatez que empieza a ser imposible llegar a los hechos». Y ante este panorama, al que nada han ayudado las nuevas tecnologías («nunca la sociedad tuvo tantos recursos y estuvo tan mal informada») a Grass se le ocurrió pedir coraje a los periodistas. «En medio de tanto progreso seguimos dependiendo del coraje de individuos valientes capaces de meterse en camisas de once varas», concluyó.