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Aroma de café en el recuerdo

El establecimiento 'La Palma de Dorotea' cierra sus puertas y Francisco González apaga las luces de su café en la Avenida después de 36 años al frente del negocio familiar

TEXTO: BERTO NÚÑEZ / FOTOS: ANTONIO VÁZQUEZ / CÁDIZ
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Siempre para tomar buen café a Dorotea venga usted». Ése era la filosofía que rezaba en la mente del propietario del bar La Palma de Dorotea, quien comenzaba el día muy temprano con los viajeros de los primeros autobuses o con los agentes de la Jefatura de Tráfico, hace años, a quienes deja desamparados o mejor dicho sin aroma de café al cerrar las puertas de su negocio.

Francisco González se despide de sus asiduos porque «nuestra vida son los ríos que van a parar a la mar», ya que a todo ser viviente un día, sin avisar, le llega la jubilación. Los hijos toman distintos caminos en la vida y al final el pequeño negocio familiar debe decir adiós. «Mi hijo no quiere continuar y no hay más remedio que cerrar», apunta apesadumbrado Francisco por la pérdida de un hijo al que le ha dedicado muchos años de su vida, 36 años para ser más específico, quien toma fuerzas para decir «renovarse o morir».

Muy joven comenzó sus primeros pinitos, con 14 años, en el mundo laboral en el campo de la hostelería en Vejer. Su apuesta por independizarse y tener su propio negocio fue en el año 69, pero no fue seis años después cuando adquirió la propiedad. «La compré en el año 75 con dos millones de pesetas cuando por el arriendo pagaba 13.000 pesetas», apunta el ex propietario de La Palma de Dorotea.

Corría el año 79, cuando Francisco González decidió ampliar el negocio con la compra del supermercado de al lado. Así, se pasó de tener tres mesas a diez y cuarenta sillas.

Aún recuerda su propietario como la familia dormía en una habitación que habilitaron en el bar para más tarde recalcar orgulloso que su mujer nunca tuvo que trabajar allí en un negocio que con el transcurrir ha variado sus horas de apertura. De las 4.30 a las 9.00 de ahora. En un modo de vida muy sacrificado, pero que se «ha llevado con cariño porque ahora toca descansar después de 50 años trabajando» bajo el aroma de un café.