VOCES DE LA BAHÍA

El arte de envejecer II

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Aunque es cierto que en la vejez merman las fuerzas físicas y flaquean algunas de nuestras facultades mentales, también es verdad que, merced a las experiencias acumuladas, en esta época podemos desarrollar una sorprendente habilidad para adaptarnos a las nuevas exigencias del entorno y para mantener un aceptable equilibrio psicológico. Estamos convencidos, además, de que aquellas personas que, por haber realizado previsoras tareas de mantenimiento, conserven suficiente combustible en el depósito de reserva, este período podría proporcionarles ocasiones propicias para aprobar las asignaturas que, debido a las circunstancias de la vida familiar o a las exigencias de las tareas laborales, aún tengan pendientes.

El tiempo de disfrutar. Nosotros opinamos, además, que la vejez es el tiempo adecuado para gastar todas las energías que nos restan, para emplear el capital de vida que hemos ido acumulando durante las épocas anteriores y para invertir de manera ventajosa las ganancias que nos han proporcionado las experiencias. Es el momento en el que ya sabemos apreciar el valor de todos los ingredientes de la existencia humana y, en particular, aquellos factores que ayudan a alcanzar el bienestar o, por el contrario, lo dificultan o lo impiden. Es cuando, por ejemplo, el gusto -el buen gusto, que es el resultado de un permanente y dilatado proceso de aprendizaje- lo tenemos mejor educado. El buen paladar es una facultad que está situada al final de una larga sucesión de pruebas de sabores y de sinsabores, de olores deliciosos y fétidos, de colores brillantes y opacos, de sonidos melodiosos y de ruidos estridentes, de sensaciones táctiles suaves y ásperas. Sólo lo alcanzan quienes han soportado hambre y han degustado una amplia gama de platos sabrosos, quienes han escuchado melodías variadas, han olfateado aromas sutiles, han contemplado paisajes fascinantes. Disfrutar es, no lo olvidemos, reconocer lo que conocíamos y volver a vivir lo que anteriormente habíamos vivido.

El cultivo de la vejez. Pero, en mi opinión, la clave del arte de envejecer reside, sobre todo, en la habilidad con la que empezamos a ensayarlo desde, al menos, la juventud, sembrando unas semillas que, adecuadamente cultivadas, florecerán en la edad adulta y darán sabrosos frutos en la ancianidad. Hemos de tener claro que algunos de los cambios biológicos que experimentamos en el tiempo podemos, en cierta medida al menos, controlarlos. Una vejez confortable, serena y lúcida es la culminación de un proceso dilatado -de un recorrido por desiguales caminos- en el que hemos practicado unos hábitos saludables y hemos desarrollado un esfuerzo continuado por dominar los impulsos autodestructores.

El tiempo de los recuerdos. La vejez es el tiempo adecuado para revivir aquellas experiencias que nos proporcionaron alegría, bienestar y placer, o incluso, para imaginar aquellas emociones que pudimos sentir pero que, quizás, entonces reprimimos. Los recuerdos casi siempre contienen mucho de olvido y algo de fantasía. En esta época podemos traer a la memoria algunos de los momentos intensos en los que, extasiados, habíamos disfrutado profundamente. Es ahora la ocasión oportuna para reconstruir la verdad de la vida y para poner las cosas en su sitio: para releer con parsimonia y con regusto esos libros que, quizás olvidados en la estantería, contienen unas palabras que nos van a resonar con ecos nuevos. Es posible que aquellos datos consabidos nos revelen desconocidos misterios y las imágenes trasnochadas nos despierten sensaciones inéditas y emociones dormidas en los pliegues más íntimos de nuestras entrañas.