Monólogos Amorales (1984)
Actualizado: GuardarEstaba el otro día en la parada del uno, solo, bueno, con Raúl (desde el cartel publicitario quería venderme una bolsa para el Mundial. Te qui ya...), algún cachondo le había pintado los ojos en blanco y parecía Séneca. Me acordé de los Diálogos morales... En un momento los destrocé: Uno, estaba solo y dos, de moral, al precio que están los pisos, yo me cruzo con Jaime Ostos, me pego un cabezazo con la pared, lo denuncio y si mi representante me vende bien por las teles, le pego un bajonazo a la hipoteca que ni mi cuerpo en los días de mono...
Conste que tenía mejores propósitos para este artículo porque, tal día como hoy, es el aniversario del óbito de Orwell. No sé, pensaba en un panegírico de 1984 o del Winston (el tabaco no, aunque también forma parte de la resistencia del hombre ante el sistema, me refiero al personaje de la novela). 1984... ¿Quién se acuerda ya? Y creó su incertidumbre... Con el paso del tiempo cabe preguntarse si fracasó Orwell como profeta (hete). En la novela el Neolenguaje era el medio para limitar la capacidad de pensamiento de los sujetos, ahí no atinó («Memeopatasabajoenladucha» denota un alto nivel de conciencia). Tampoco parece que con las telepantallas haya dado en el bebe (el radio de acción de la mente de los individuos supera 1984. Vamos, ya debe ir por el año 1000...) Lo que difícilmente veré es cómo se auto inmola ningún gobierno y se carga el Gran Hermano... (créame, me da cosa esa pobre Sonsoles con sus niñas teniendo que escuchar cómo micciona Mercedes Milá mientras se asea). Y encima se ha reproducido (con eso no contaba Orwell): El tomate, Salsa rosa, Corazón de melón, OT... hasta la primera cadena parece que va a llevar a Alvarez Cascos (por alusiones) a la próxima edición de Mira quién baila. También ahí se equivocó Orwell: El Gran Hermano ya no necesita ni vigilarnos... Pocos son ya los que se desmadran y los que lo hacen caen pronto en las redes del Ministerio de la Verdad (la Vegdá en neolenguaje del ministro).
Quién sabe, cualquier día puedo liberarme de la esclavitud del Winston (el tabaco, ahora sí), pero Diógenes seguirá en mi sala de estar inundándome en su síndrome (y que no conozca yo ni al amigo de un vecino del primo del cuñao de Jaime Ostos).
Da el pego Raúl, quillo, parece un filósofo.