Editorial

Parlamento en Irak

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Los resultados finales de las elecciones celebradas en Irak no han supuesto ninguna sorpresa ni para el pueblo iraquí ni para la comunidad internacional. Los iraquíes votaron en diciembre en unas legislativas que han creado el único parlamento genuinamente democrático de un país árabe, con la única excepción del Líbano; y al igual que ahí, se ha establecido una democracia que refleja el peso demográfico que cada etnia juega en la sociedad iraquí.

Los chiíes conservadores de la Lista Unificada Iraquí se han confirmado como la fuerza mayoritaria con 128 escaños del total de 275, mientras que el Bloque Kurdo queda configurado como segunda fuerza y los sunníes, gran esperanza para la estabilización del país, entran en el legislativo con 55 escaños, si se suman sus dos listas; la formación laica del ex primer ministro, Iyad Alaui, obtiene 25 escaños y el resto se reparte entre distintas formaciones minoritarias. Lo que hace un año parecía imposible se ha conseguido y el trabajo político y una adecuada ley electoral han realizado el aparente milagro de que la comunidad suní haya vuelto a ser parte del juego institucional y se abra así una puerta a la desactivación de una parte de la violencia que sufre el país. Es evidente que la vuelta de los suníes al entramado institucional era fundamental y que ésta no equivaldrá ni al cese de los atentados ni al de los ataques de la insurgencia contra las fuerzas iraquíes o de la Coalición. Gran parte de los peores atentados no son obra de estos sino de Al Qaeda, ajena al proceso electoral, y la posibilidad de que una democracia se instale en Irak hará que estos redoblen sus esfuerzos por abocar al país al caos. Pero en un análisis global, nadie puede negar que la voluntad del pueblo iraquí por recuperar su soberanía está asombrando a propios y extraños. El mejor camino, el de votar y elegir en libertad, ha sido transitado con éxito y diligencia. Y aunque queda todavía la parte más difícil de recorrer: la formación de un Gobierno de unidad nacional estable y con vocación de ofrecer a todos sus ciudadanos la posibilidad de vivir con unas mínimas garantías, cada día parece más evidente que los iraquíes no están dispuestos a desperdiciar la única oportunidad que han tenido para regir sus destinos. Una realidad que aunque sea pronto para pensar que pueda trasladarse a otras sociedades árabes, no es descabellado pensar que esté calando en buena parte de su opinión pública.