VUELTA DE HOJA

Sicarios

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Matar a alguien sólo porque le caiga antipático al asesino siempre ha estado mal visto. En cambio, se le suelen atribuir circunstancias atenuantes a los crímenes que se cometen para lavar y planchar el honor, que ya sabemos que «al honor, como al tambor, se le pone un parche y suena mejor», o bien los que tienen su origen en la lamentable circunstancia de que la víctima le debiera dinero al verdugo. Nada humano debe sernos ajeno, ni siquiera los más inhumanos asesinatos, pero cuesta trabajo comprender que se le quite la vida a alguien que no nos ha quitado nada, ni siquiera el sueño.

En Estados Unidos ha sido ejecutado un hombre de 76 años, inválido, ciego y sordo como una tapia de cementerio. El gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, cuyo apellido recuerda al del agua tónica, negó la clemencia. «Es un buen día para morir», dijo el viejo, que no era ningún angelito, por supuesto. Le costó trabajo irse. La inyección letal debía de estar caducada y el hombre, que pasó de la silla de ruedas al pinchazo que ha relevado ahora a la silla eléctrica, tardó cerca de veinte minutos en fallecer.

Más suerte está teniendo Ali Agca, el turco que en 1981 intentó matar al Papa Juan Pablo II. Llevaba una buena temporada en la cárcel, pero su vida está custodiada por su secreto.

¿Quién le mandó matar al sucesor de San Pedro en plena plaza de San Pedro? ¿Fue la KGB y en su nombre los servicios secretos búlgaros? ¿Fue la CIA? ¿Se le ocurrió a él solo? Nadie puede entrar en la mente de un sicario, vocablo que el diccionario define como asesino a sueldo. Alguien que mata por cierta cantidad, más IVA, a alguien que ni odia, ni le debe dinero, ni siquiera le cae antipático. Por revelar su salvador misterio, Ali Agca pide cinco millones de dólares. Se ha dirigido a los principales medios de comunicación internacionales. Será, si se llega a un acuerdo, la entrevista en exclusiva más cara de la historia.