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Vientos de agua, la gran apuesta de Telecinco para esta temporada, se ha saldado -antes de tiempo- con cierto aire de fracaso. Nadie discute que Vientos de agua ha sido lo mejor que hemos visto salir de las factorías españolas. Pero la acogida de la audiencia ha sido tan fría que la cadena ha optado por colgar la serie en la medianoche del viernes. Visiblemente contrariado, el creador , el argentino Juan José Campanella, ha endosado su desdicha a los espectadores: «El pueblo español no quiere oír hablar ni de emigrantes ni de extranjeros». Además, Campanella deplora cómo se ha diseñado el negocio de la televisión privada en España. Y concluye: «Si llego a saber que con sólo tres capítulos podían retirarla, no la hago aquí ni en ningún lugar del mundo».

Campanella tiene razón al deplorar el paisaje de la competencia televisiva en España: es letal para la creatividad porque sólo premia al éxito comercial. Lo llamativo es que el artista no eche la culpa al empresario del espectáculo (Telecinco), sino al público. Ya sabemos que todo artista, por definición, tiende a sentirse incomprendido, pero esto es ir un poco lejos.

Vayamos, sin embargo, al argumento del director: el problema es que a los españoles no les gusta hablar de inmigración. Aquí Campanella enriquece el habitual reproche de incomprensión con un rasgo de tipo ideológico: se nos salen los extranjeros por las orejas, incluso les abrimos nuestras cadenas de televisión, pero «no queremos oír hablar de inmigrantes ni extranjeros». Ahora, repase usted las series vigentes en nuestros canales y señale cuántos inmigrantes aparecen en ellas. También los informativos mantienen su cuota de inmigrantes, especialmente en los canales públicos. Es verdad que esto no es exactamente "hablar de inmigración": es una imagen tópica, banal, ajena a la realidad del fenómeno, normalmente mucho más dura. Pero parece discutible que el resbalón de 'Vientos de agua' se haya debido a eso. La realidad es mucho más simple: sencillamente, la tele, en España, penaliza los argumentos que mueven a reflexión. Lo siento, Campanella.