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Ibarra o la sensatez del caos

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Posiblemente sea Rodríguez Ibarra el barón más aguerrido del PSOE o, al menos, el que expone en público sus opiniones sin cuidarse de cómo vaya a recibirlas la autoridad de su partido. El «ya saben ustedes, son cosas de Ibarra» es la fórmula socialista para humedecer la pólvora de algunos juicios de valor que formula el presidente de Extremadura. Juicios de valor como el lanzado ayer a los negociadores del Estatuto catalán, reunidos en el Congreso: «Paren un momento para que continúe el camino de reformas constitucionales y estatutarias que ha plateado el presidente Zapatero con todo derecho, y para que se continúe por el sitio donde lo dejaron hace un año y un día», es decir, cuando Zapatero y Rajoy hablaron en La Moncloa sobre el modelo territorial de España.

Ahí es nada. Paren las máquinas, que hay noticia de alcance. Un barón' del PSOE, miembro del Comité Federal, aconseja que el Gobierno y su partido suspendan de momento las negociaciones con los cuatro proponentes de Cataluña, y citen a Rajoy para iniciar, entre los dos fuerzas mayoritarias, los procesos reformadores. ¿Es un regalo de Ibarra al PP con motivo de estas octavas pascuales o es una seria llamada de atención a Zapatero para que saque al Gobierno del callejón en que se empantanan las interminables negociaciones estatutarias?

La actual situación no es buena para nadie, según Ibarra. «Ni es buena para el PSOE, porque la imagen que está proyectando ante la sociedad es que somos un partido que gobierna chantajeado por unas minorías; no es buena para el tripartito más uno catalán, porque al final, si hubiera estatuto, será tan grande la diferencia entre lo que presentaron y lo que se llevan... y no es bueno para el PP, que se queda absolutamente solo en esta operación sin posibilidad de dar marcha atrás». Sostiene Ibarra que no habría merecido la pena, por conseguir este posible estatuto, «esa mala imagen que, con razones o sin razones, se ha proyectado de Cataluña en el resto de España».

Habla Rodríguez Ibarra desde un pesimismo que, si no es antropológico como el optimismo de Zapatero, contempla todo el panorama político sin que los socios del Gobierno le produzcan la menor euforia sino, al contrario, una indisimulada preocupación, mayormente por las acusaciones de (supuesto) chantaje a que estaría sometido el Gobierno. Pero si en esto parece coincidir con la estrategia opositora del PP, en otros terrenos se aleja de los dogmas populares sobre moral política y, por ejemplo, sobre una hipotética negociación con ETA afirma que el presidente del Gobierno tiene en derecho y el deber de hablar con la banda, como hicieron antes Aznar y Felipe González.

Según Ibarra, el margen en el que habría Zapatero en esas negociaciones, de las que no sabe si existen o no, es muy estrecho o muy corto. Es el espacio «entre los intereses de la familia del último asesinado y los intereses de la familia del siguiente». Dicho de otra manera, el respeto a las víctimas del terrorismo se detiene ante la posibilidad de evitar nuevas víctimas. Se trata de una imagen de altura ética, orientada a fundamentar un delicado pragmatismo político. En fin, Ibarra ha ofrecido a los negociadores estatutarios como remedio el caos, la aventura de un entendimiento ¿posible, imposible? entre Zapatero y Rajoy para que la política salga del callejón del Estatut por la entrada, ante el temor de que no tenga salida.