Las sorpresas
Actualizado:Lo menos aconsejable que puede hacer uno cuando viaja es crearse expectativas. Uno sueña, planea de antemano las impresiones de las cosas, y luego la vida, afortunadamente, te sorprende con lo más inesperado, que al fin y al cabo eso son las sorpresas.
Para mi viaje a Santiago de Chile me hice un buen listado de expectativas. En primer lugar, la Coordillera de los Andes. La vi desde el avión, y sí, impresionante, más de lo que dicen los libros, pero mi corazón siguió igual.
La segunda de las expectativas, siendo de Cádiz, no podía ser otra que ver el Pacífico. Se presentó ante mis ojos en Valparaíso, y allí bauticé mis pies, pero yo ya sabía que el agua era helada. Así que no hubo sorpresa. Lo mismo puedo decir del Palacio de la Moneda y de las araucarias.
Y resulta que el otro día caminando por un parque, me dí cuenta de que llevaba casi un minuto observando a una pareja que se besaba incansablemente en un banco. Y ahí recordé que el día anterior me había pasado lo mismo en el metro, y el primer día en plena acera. Gente de todas las edades besándose apasionadamente en lugares públicos, sin miedo a las miradas. Qué curioso. Enmedio de un mundo asediado por la globalización y la uniformidad, yo he encontrado el exotismo chileno en un gesto. Supongo que es porque en España el beso espontáneo y público pertenece casi exclusivamente al ámbito de la noche y el alcohol, o de los principiantes.
Es casi imposible en siete días hacerse una idea más o menos objetiva del espíritu de un país. Igual mi capacidad de sorpresa está bajo mínimos, pero si ahora me preguntaran por Chile, creo que solo podría hablar de besos.