Efectos demográficos
Actualizado: GuardarConcluida la polémica sobre la regularización de inmigrantes y sus efectos sociales y laborales, la realidad incontestable que ofrece el último padrón es que del casi millón de habitantes que ganó España en 2004, 700.000 fueron extranjeros y el resto, 214.000, nacionales de origen.
De esas y otras de las cifras de empadronamiento a fecha 1 de enero de 2005 ofrecidas por el Instituto Nacional de Estadística (INE), se deducen diversas interpretaciones y conclusiones pero sobresale por encima de todas el hecho de que se puede dar por conjurado el riesgo que hace pocos años ofrecía un saldo casi negativo de nuestro crecimiento vegetativo. Así lo parece por la facilidad con la que hemos rebasado la frontera de los 40 millones de habitantes, habiéndonos situado hace un año en los 44,1 que quizás a estas alturas sean casi 45 millones.
Ahora bien, esa evolución demográfica positiva ha sido posible, dada la baja tasa de natalidad de nuestro país, por la incorporación masiva de extranjeros que ya suman oficialmente más de 3,7 millones, equivalentes al 8,5% de la población, un porcentaje que en algunas localidades se acerca o supera el 15%. Son datos que corresponden casi exclusivamente a la inmigración laboral y de origen extracomunitario, sobre la que tanto se ha polemizado con más ánimo de enturbiar que de esclarecer. Lo cierto es que a la luz del padrón del INE y del balance del proceso de regularización controlado por Trabajo y Asuntos Sociales, puede determinarse que los inmigrantes representan, aparte de dígitos en el padrón, una fuerza laboral adecuada a la demanda. Eso último se aprecia en las 613.804 altas de extranjeros en la Seguridad Social en virtud de aquel proceso, un buen resultado que, no obstante, convive con el cálculo oficial de que perdura una bolsa de 'sin papeles' constituida por un millón de personas.
Junto a los efectos demográficos y económicos hay otros tanto o más importantes como los sociales y culturales. Posiblemente con el nuevo siglo España inicie una etapa de cierto mestizaje, si no de sangre al menos de costumbres e incluso de valores. Éste es un reto difícil de superar para extranjeros y nacionales y a su preparación no puede ser ajeno el estado del bienestar. La nueva realidad demográfica, marcada un elevado porcentaje de extranjeros con elevada tasa de natalidad, un repunte de ese mismo índice entre las españolas desde hace cinco años, más el aumento de las expectativas de vida, obligan a atender a tres prioridades de los casi 45 millones de habitantes. Primera, establecer pautas de convivencia e integración. Segunda, fijar unas políticas educativas rigurosas e idóneas. Y por último diseñar, como parece que se empieza a hacer, una cobertura asistencial para las crecientes tercera y cuarta edad.