Cultura

Una descripción de rituales fascinantes a los ojos occidentales

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Memorias de una geisha debería estrenarse hoy dirigida por Steven Spielberg, que invirtió tiempo y dinero en localizar escenarios en Japón y elegir a la actriz china Zhang Ziyi como protagonista. Al final, Spielberg prefirió rodar A. I. Inteligencia Artificial y Minority Report, cediendo el testigo a Rob Marshall, que acababa de ganar el Oscar con Chicago.

Que las divas chinas Zhang Ziyi y Gong Li interpreten a dos geishas no es la única libertad tomada por Spielberg -ahora en labores de productor-, en un filme dirigido y escrito por americanos, coprotagonizado por un reparto multinacional, hablado en inglés y distribuido por un gran estudio japonés, Sony. 85 millones de dólares para recrear el Tokio de los años 40 en las afueras de Los Ángeles con un lujo que asegura nominaciones en los apartados técnicos (John Williams ya aferra el Globo de Oro por su evocadora banda sonora).

Memorias de una geisha muestra la transformación de Chiyo en Sayuri. De ser una niña vendida para trabajar como sirvienta en una okiya o casa de geishas, a convertirse en el sueño de los hombres más poderosos del Japón de su tiempo. Marshall tenía un filón en las detalladas descripciones de rituales, fascinantes a los ojos occidentales: la ceremonia del té, que puede durar tres horas, o el arte de vestirse un kimono, siete metros de tela ceñida al cuerpo con la ayuda de otra persona.

Indiferencia

«No quería hacer una versión documental de la vida de una geisha», matiza Marshall, coreógrafo antes de ser director. «Esto era una fábula, una ficción, y me tomé licencias artísticas para intepretar este mundo». Estrenada el pasado diciembre en EE UU, Memorias de una geisha ha sido recibida por público y crítica con idéntica indiferencia. Un competente espectáculo para todos los públicos, tan preciosista como impersonal. Lejos del drama histórico y el fresco histórico, tacharon los críticos, el filme peca de frialdad y ofrece una mirada más turística que viajera.