Qué Frío
Actualizado: GuardarDice el escritor Aguilar Comín que «el periodismo es una forma bonita de saber lo que pasa sin entender lo que sucede». El autor de esta definición antológica es periodista y tiene razones para saberlo. A mí me ocurre siempre con los temas de la Unión Europea, que acabo por conocerlos sin desentrañar jamás su significado. Aquí estoy yo, por ejemplo, esperando todavía que alguien me explique por qué ha quedado en suspenso una Constitución que los españoles votamos un su día, junto a alemanes e italianos y quedó como el yeti metida en un bloque de hielo por culpa de Francia y Holanda. Holanda, quiero recordar, era entonces la capitana de esta nave de grillos. De lo que deduje que estábamos todos completamente locos y dejé de esforzarme en comprender.
Ahora, el austriaco Schüssel ha enseñado la patita en la presentación de objetivos de la nueva presidencia del Consejo, entre los que se incluye la posibilidad de establecer un nuevo impuesto. Un curioso enfoque divulgativo, supongo, de la idea de aproximarse a la Europa de los ciudadanos, que, siempre se ha dicho, es el secreto de los males que nos afligen. Y mientras el Parlamento Europeo rechaza la financiación que con tan aparente tesón como real miseria prosperó a los pechos de Tony Blair, los austriacos buscan de dónde sacar, sin considerar que lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible. Quieren poner impuestos sobre viajes en avión y plusvalías en Bolsa. La locura está a punto de reventar las costuras de este psiquiátrico que es el Viejo y trastornado Continente. ¿Dónde se ha visto y en que lugar del mundo civilizado por el consumo que se haya logrado aplicar impuestos a los ricos? Mi sabio colega en Bruselas, Fernando Pescador, dice que todos los presidentes lo intentaron desde 1992 y que, aun conociendo la isla, todavía nadie ha podido recomponer el mapa del tesoro. Así que la nueva Europa, presumo, se levantará de adobe cuando el lobo americano sopla y sopla cada vez con más fuerza y a los países del este, recién llegados, se les pondrá tiendas de campaña como amablemente se hizo con los damnificados del terremoto en Pakistán.
En cuanto al frío que hace fuera, todo depende de la idea que cada cual tiene de la intemperie. Yo me confesaba ayer a nuestro hombre en Moscú encogido por las bajas temperaturas, entre tres y cinco grados, al amanecer, cuando llevaba a mi hija al colegio. Mañueco, que ante todo es un caballero español, lo comprendió, e incluso intuí en sus palabras cierto signo de compadecimiento: «Una pena, ciertamente, aunque aquí estamos hoy a 37 grados bajo cero», me animó.