LA PALABRA Y SU ECO

'Okupas'

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Una sutil diferencia entre la derecha europea y la española es que mientras una -por ejemplo, la alemana- trata de acortar distancias con la izquierda, haciendo suyas reivindicaciones de cierto tono progresista, la otra sigue bramando cada vez que una voz, un proyecto o una ley trata de despegarse del casposo capote de la tradición para ofrecer al ciudadano una realidad más justa, libre y menos hipócrita. Así, la canciller Merkel dejó boquiabiertos a sus hispánicos colegas cuando le pidió a Bush que acabara de una vez con la situación de los presos de Guantánamo, inadmisible desde cualquier punto de vista de la legalidad internacional. En las sociedades nórdicas es difícil a veces distinguir entre las prestaciones sociales que derechas e izquierdas mantienen en sus programas electorales. En casi todos los países de la Unión Europea la convivencia entre partidos de tendencias opuestas, no sólo forma parte de la vida cotidiana, sino que es necesario para levantar el sistema de valores sociopolíticos sobre el que se sustenta su ciudadanía. Aquí parece que el mero hecho de coexistir es motivo de enfrentamiento, al menos cuando esa vecindad produce una desventaja para la derecha.

Desde que el PP perdiera las últimas elecciones ha venido aceptando a regañadientes la victoria de su contrincante político, a pesar de las rectificaciones de sus dirigentes cuando a alguno de sus díscolos militantes «expresan en voz alta un pensamiento que comparten con millones de españoles», según frase del senador y presidente de la Diputación de Lugo, Francisco Cacharro. De esta manera justificaba Cacharro las declaraciones de su compañero, el también senador Benet cuando, haciendo gala de su retórica comparativa, afirmó que si Pavía entró a caballo en el Congreso y Tejero con pistola, Zapatero lo hizo en tren de cercanías, en negra e inoportuna referencia al trágico atentado terrorista del 11 M. Inmediatamente, el líder del PP en Canarias, Manuel Soria, va y dice que si Tejero se quiso cargar la democracia con un golpe de estado, Zapatero la entrega a los nacionalistas para que la rasguen por la mitad.

Da la sensación que no es el debate político lo que realmente importa, sino el perpetuo desprestigio y la continua deslegitimación de quienes les arrebataron el poder. Acudir a esta ristra de insultos y conspiraciones cada vez que un gesto o una ley recuerdan a los miembros de la oposición que ya no son ellos los que se sientan en el banco azul, es impropio de una democracia. España ha sido gobernada como una finca durante siglos por sus cortijeros de siempre y no acaban de resignarse a que esas tierras no son sólo suyas. No es extraño que ante la alternancia, ante cualquier propuesta progresista-que otras derechas no tendrían inconveniente en asumir- o ante cualquier política descentralizadora que cuestione quien verdaderamente manda en el cortijo, se susciten reacciones hepáticas y biliares. Y es que se puede jugar con el sistema, con el régimen, con el estado incluso, pero con la finca no. Fuera ya estos okupas.