Una ventana al yo
Los protectores de pantalla y fondos de escritorio se han convertido en un apéndice más de nosotros mismos, un lugar donde imprimir nuestro carácter y distinguirnos del resto
Actualizado: GuardarUn total de 50.400.000 entradas en su nombre original en inglés, 2.970.000 en su acepción española, fondo de pantalla. Los wallpapers, o simplemente, fondos, se han convertido en más que una ventana por la que mirar ese objeto frente al que transcurre un importante tiempo de la vida.
Ideados como un simple divertimento, hoy se han impuesto como el reloj o el perfume, como un anillo o nudo de corbata. Una verdadera seña de identidad que nos diferencia del compañero de mesa, transporta a tiempos mejores, o simplemente recuerda que hay una razón última para soportar los envites de esa fuente de tensiones y distensiones que es el trabajo. Una toma general del contexto humano que nos rodea lo deja bien claro: es demasiado el tiempo que se pasa entre las paredes laborales como para no personalizar de alguna manera el entorno. La conducta es tan antigua como el ser humano, tan propia de él como de otros mamíferos de prácticas más escatológicas. Se marca la pantalla como se elige peinado, se cambia de móvil o se incorpora una chapa. Soy yo, esta es mi vida, esto es lo que me gusta y quiero ver. Los hay familiares y románticos, ñoños y gamberros, eróticos o abiertamente pornográficos, todo depende del carácter del propietario y de la permisividad de sus jefes.
Primo hermano del primero y gran chivato de esas reuniones que se alargan demasiado, de ese café que duró un siglo, es el salvapantallas. Diseñado para prevenir que una imagen se grabara de manera permanente en las antiguas pantallas en blanco y negro, el screensaver evita que los electrones de los rayos producidos por el monitor produzcan la pérdida de color de la zona en la que inciden durante un tiempo. Se activan, de acuerdo con las preferencias de cada usuario, cuando el teclado o el ratón no han sido utilizados durante un tiempo y se desconectan automáticamente en el momento en el que se vuelven a poner en marcha.
Ya sea blanqueando la pantalla o mostrando una sucesión de imágenes o palabras cambiantes, el protector ayuda también a ejecutar tareas en segundo plano, esto es, a mantener el equipo encendido sin perder la potencia de procesamiento al tiempo que se ejecuta el antivirus o se ayuda con proyectos de computación distribuida. Aunque el problema de la imagen ya no existe en las pantallas modernas, los protectores se han erigido más que como una he-rramienta, como un signo de identidad del propietario, que disfruta de una sucesión de imágenes cuando no toca su ordenador.
Estética pura
«El fenómeno de los fondos y protectores de pantalla ha tenido una evolución muy interesante siempre paralela al desarrollo del multimedia y los entornos interactivos. Si al principio se trataba de herramientas utilizadas por ciertas marcas para como valor añadido, por ejemplo, en promociones de películas o como material de merchandising, hoy las posibilidades de cada sistema permiten que personalicemos en ellas nuestro carácter. Ya es un icono de nosotros mismos», afirma Daniel Montesinos, diseñador gráfico en el Grupo Ingenio, especialista en comunicación y contenidos.
Para Mónica Padilla, profesora de Diseño Gráfico en el Instituto de Artes Visuales en Jerez, la fiebre de personalizar estas herramientas informáticas está más ligada a la gente joven. «Mis alumnos afirman que lo hacen por romper con la monotonía, por personalizar su entorno, por vacilar... Al pasar tantas horas delante del ordenador, éste se convierte en una parte más de su vida, como un zapato o un jersey que alternan para no aburrirse».
Entre los 20 y los 28 años, los alumnos de Mónica reconocen cambiar sus fondos y protectores con una frecuencia aproximada de dos semanas y «hasta hay alguno que lo hace diariamente».
Al contrario de lo que ocurre en cualquier otro ámbito donde reinen los ordenadores, en el contexto del diseño, los greatest hits del monitor no tienen nada que ver con la clásica fotografía familiar o la del cachas luciendo un cuerpo oportunamente bañado en aceite. Para los estudiantes de diseño, el vestir de su mapa de bits es también un reflejo de su propia capacidad de creación.
«Los fondos aquí son bastante sofisticados, con estructuras extrañas que los mismos alumnos crean», asegura Mónica. «Es 100 por 100 diseño. Lo hacen para mostrar su creatividad y llamar la atención respecto al resto», añade. No en vano, de ellos dependerán los designios de ese gurú del nuevo siglo que es el diseño gráfico.
Estado anímico
Convertido en todo un negocio para los proveedores de contenidos especializados en telefonía móvil, donde la interactividad aún no se ha desplegado, los fondos de pantalla se han convertido también en una especie de prolongación de nuestro estado anímico. Si Daniel Montesinos habla del carácter sobrio o reservado de aquellos que dejan intacto su escritorio, Mónica Padilla habla abiertamente de aquellos que cambian los motivos de su ordenador según su estado anímico: «Si estás triste, tonos oscuros y neutros, si contentos, una explosión de color».
Aunque los profesionales de la informática y el diseño se reconocen poco amigos de estas caracterizaciones «que ocupan memoria y caotizan la visión de los iconos del escritorio», lo cierto es que el fenómeno se extiende imparable como algo natural en nuestra vida cotidiana.
Para el futuro nos esperan técnicas y beldades que ya se prueban entre los alumnos de Padilla, como el funcionamiento por sensores de movimiento o sonido, entre otros. Un verdadero fenómeno social que asemeja, recuerda la profesora, a las carpetas decoradas con recortes y pegatinas en los años 80 y 90.
En los comienzos del siglo XXI, un soporte cibernético toma el relevo de eso que el hombre lleva tantos siglos haciendo, marcar su territorio.