La pasión desactivada y otras contradicciones
Actualizado:Recordemos que la palabra «pasión» viene del verbo latino patior, que significa sufrir, soportar, ser víctima de algo, ser arrastrado por algún dolor. Son entonces palabras de esa órbita etimológica «padecer», «compadecerse», «compatible», «paciente», «impasible», «pasionaria», o «patíbulo», junto a unas cuantas más. Por supuesto, y como sucede tantas veces, por no decir todas, la vieja raíz filológica va dando frutos, o lo que sean, semánticamente cambiantes a lo largo del tiempo. Lo que una vez significó «ante las puertas» se convierte en «altozano», o, por poner otro ejemplo, lo que antes valió por «desvergonzado» o «impúdico» pasa a oficiar simplemente de «falso». Cronológicamente es así, y ése resulta un destino muy semejante al de la propia Humanidad, que consiste en ir haciéndose en el tiempo, en transformarse y evolucionar hacia nuevos significados o invenciones. Lo malo es cuando los contrarios aparecen en un plano de simultaneidad, cuando lo blanco y lo negro pretenden coincidir en el mismo ser y a la vez. El misterio surge, sin ir más lejos, en el instante en que un fruto cítrico de corteza amarilla se manifiesta verdaderamente como una castaña.
Todo esto viene a cuento a propósito de ciertas formas estilísticas contemporáneas, que por muy escandalosas e hirientes que sean no resultan suficientemente denunciadas. Se aceptan como la cosa más natural del mundo y nada más. Una se refiere a la perfecta convivencia en nuestros cauces de información de los desastres más espantosos (domésticos, municipales o internacionales) con la sonrisa desenfadada y el mercenario aplauso. La presentadora televisiva en cuestión, pongamos por caso, cuenta sin descomponer el gesto cómo un energúmeno ha asesinado, abrasado y descuartizado a algún congénere, o a unos cuantos, y acto seguido pasa a asegurar que «en otro orden de cosas» la vida sigue y ahora vamos a dar una noticia más agradable. Se trata aquí de un choque de tipo irracional, el cultivo de la política de los hechos consumados en vez de la cura en todos los sentidos de ese modo real de pasión.
Por otro lado, es frecuente que en esos mismos medios de comunicación la publicidad diga una cosa y un artículo de fondo la contraria, que una noticia afirme en una página lo que en la siguiente se niega, que una empresa más o menos obtusa y aduladora dé cancha a alguna mente opuesta y rara, parezca que tolera y hasta avala una crítica que en su práctica pudiera ser aniquiladora. Dicen que es pluralidad ideológica o libertad de expresión, pero más bien resulta un fenómeno de indiferencia, dosificación controlada, censura latente, ignorancia y falta de respeto. Aquí se arma una auténtica batería de disciplinados y martillos de herejes, pero sin salir de su ámbito pueden espigarse juicios como los hechos ayer mismo (en los años 40 en realidad) por el escritor estadounidense James Agee. Dijo este hombre, hablando de la literatura domesticada: «Un buen artista es un enemigo mortal de la sociedad; y lo más peligroso que le puede suceder a un enemigo, por muy cínico que sea, es convertirse en beneficiario».
Así pues, paz y gloria en la sociedad de los pagados pluralistas y los agradecidos beneficiarios. Mimetismo o distinción valen igual. Cualquier oveja churra o James Agee también. Pasión trágica o pasión por conducir son pasiones equivalentes. Pasión por el sojuzgamiento, por el robo a sangre y fuego, por la discriminación y la pobreza. Pasión por las prendas transparentes, por las rebajas o el deporte. Pasión por el dinero o pasión por norma. Pasión desactivada por cómo nos va.