Almunia y la energía nuclear
Actualizado:El comisario europeo de Economía, Joaquín Almunia, ha reconocido con gran dolor de su corazón -«yo, que soy muy reticente a la energía nuclear...»- que hay que introducir en la Unión el debate sobre esta fuente energética porque «sería suicida» no hacerlo, aunque -ha añadido- ello no debe representar caer en manos del «lobby nuclear». El curtido político socialista explicaba que «seguimos un modelo de energías fósiles que no es sostenible» y afirmaba la necesidad de avanzar en un mercado común de la energía. Almunia piensa que los precios del crudo petrolífero no bajarán como consecuencia del constante aumento de la demanda y de la inestabilidad de algunos países productores como Irán o Irak.
Almunia citó en su intervención un factor que ha dificultado el debate energético: parece ser cierta la existencia del llamado lobby nuclear, formado por grandes empresas energéticas que habrían presionado legítima o ilegítimamente sobre la opinión pública para impulsar sus intereses y que, lógicamente, habrían disuadido a políticos y periodistas independientes de defender la energía nuclear por el temor a parecer contaminados por los enjuagues de dicho lobby.
El otro elemento que ha perturbado el análisis racional del problema ha sido la mala calidad de los estudios prospectivos que se han realizado desde que en los años setenta del pasado siglo se intentó utilizar la naciente computación para tales menesteres. En consecuencia, el descrédito de las previsiones, que coincidió asimismo con la erradicación de la planificación económica, muerta al mismo tiempo que el colectivismo ideológico, nos ha dejado inermes ante unas expectativas que son sin embargo claras: la energía fósil escasea porque sus reservas son limitadas, la demanda de los países emergentes crece exponencialmente y, aunque la subida de precios estimulará las prospecciones y la explotación de yacimientos menos rentables, es necesario afrontar con decisión la sustitución de dichos combustibles por otras fuentes alternativas. Las energías renovables están en pleno auge, pero parece ingenuo pensar que sólo con ellas resolveremos el problema. Y la energía nuclear de fusión, limpia e ilimitada, está todavía en la fase de la pura teoría.
La energía nuclear convencional de fusión, sin duda peligrosa, ha sido además demonizada por el fundamentalismo ecologista hasta el punto de haber creado en el subconsciente colectivo un rechazo frontal y, de momento, insuperable. De ahí que, por respeto a la opinión pública, sea imprudente todavía efectuar aquí una propuesta firme de regresar a la construcción de centrales nucleares, como están haciendo Francia y Finlandia. Pero, como afirma Almunia, sí es pertinente reabrir al menos el debate, en el que, como primera medida, hay que explicar a la ciudadanía los riesgos residuales que puedan plantear las centrales nucleares de última generación, que son ínfimos, y los caminos de la investigación científica en el único asunto todavía no resuelto del problema: el tratamiento de los residuos contaminantes que producen las centrales. Es claro que el problema es arduo, pero también que tiene solución.
Es evidente que, como predican los ecologistas más razonables, este debate debería conciliarse con otro, si cabe más relevante, sobre la mejor utilización de los recursos energéticos, que habrá de hacer posible una modulación a la baja de la demanda, una constante mejora cualitativa de la oferta y unos mejores índices de productividad. Pero estas sutilezas no deben ocultar lo esencial de la propuesta de Almunia: ya no es posible obviar por más tiempo el debate político sobre esta materia sensible si no queremos estrangular el crecimiento económico y las legítimas aspiraciones de mejorar sin pausa nuestro nivel de vida.