Las horas cambiadas
Actualizado: GuardarEl Estado, que se está metiendo en todo menos en lo que le hace merecedor de ese nombre, quiere que variemos de costumbres y las costumbres son casi lo único que nos queda a algunos, aunque sean en su variante de manías. «Si tuviera que buscar la felicidad en algún sitio, la buscaría en la costumbre». Lo dijo Blas Pascal, así que punto redondo. ¿Cómo emprender hábitos distintos a eso que se llama «cierta edad»? No nos daría tiempo a hacernos con ellos, ni a que ellos se hicieran con nosotros. Apenas adquiridos tendríamos que abandonarlos. Hola y adiós. Mejor delegar en las generaciones venideras, que siempre ha sido una cosa muy española.
El Plan Concilia del Gobierno intenta, como su nombre indica, componer y ajustar. En este caso dos cosas tan diferentes como la vida laboral y la vida familiar. De momento, se va a cargar la siesta. La disminución de la jornada de los funcionarios reducirá el tiempo del almuerzo, obligándoles además a ingerir, que no es exactamente lo mismo que comer. A mí lo de la siesta me trae sin cuidado. Ni siquiera mi amigo Camilo José Cela, que me insistió mucho, logró convencerme de la grandiosidad de una siesta con «pijama, orinal y padrenuestro». Me he levantado tarde durante toda mi vida, pero procurando estar despierto a partir de entonces, y a la hora de la siesta soy un insomne. Más trabajo va a costarme la alteración de otras costumbres que, aunque sean malas, me han sentado divinamente.
No puedo fumar en mis restaurantes favoritos, se ha acabado el boxeo y quieren acabar con los toros, traman la subida del precio de todas las bebidas que no se obtengan abriendo cualquier grifo de nuestro hogar y no es recomendable salir de noche porque hay más ladrones que ventanas. Van a conseguir que todas las horas sean muertas.