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Faraones

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Una de las pocas alegrías de Cuatro es Cuarto milenio, el programa de misterios de Iker Jiménez. Este domingo alcanzaba una de las mejores cifras de la cadena desde su estreno: un share del 8,7%, en torno a 1,3 millones de espectadores. Esos números, que en otro sitio serían una invitación al destierro, en Cuatro son para obsequiarle a uno con alfombra roja. Aquí ya dijimos que la clave del éxito de Cuarto milenio no iba a estar en la espectacularidad del producto, sino en que fuera capaz de enganchar a los aficionados a lo paranormal, que son muchos.

Iker Jiménez ha conseguido el objetivo. Sabe que lo realmente decisivo en un espacio así no es el espectáculo, sino la sugestión; por eso Cuarto milenio descansa principalmente en los temas escogidos y en la retórica del propio conductor.

Esta semana tuvimos, entre otras propuestas, el misterio de los faraones. La parte mollar del asunto consistió en una puesta al día de la célebre maldición que se abatió sobre los profanadores de la tumba de Tutankamon. Un hongo modesto, pero letal, parece ser el arma del castigo: el aspergillus niger, que durmió en forma de esporas hasta que aquellos imprudentes, al abrir las puertas de la cámara mortuoria, le devolvieron la vida. Los arqueólogos murieron al inhalar el hongo. ¿Asunto resuelto? No, porque, según nos contó Iker, el médico que resolvió el enigma falleció en accidente de tráfico inmediatamente después.

Estas cosas eran sabidas por los aficionados a los misterios egipcios. Una vez más, Iker Jiménez no nos reveló nada que no pudiéramos saber ya. Pero el uso y abuso de términos clave como «enigmático», «misterioso» o «inquietante», sazonado con el recurso al libre al condicional («podría», «habría») termina sumergiendo al espectador en un mar de fábula. Lo subrayo porque, aunque parece una bobada, no deja de indicar un cierto cambio en la cultura social: ya no queremos que la ciencia nos resuelva los enigmas; ahora queremos que todo se convierta en misterio.