Editorial

La lección de Chile

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La victoria en las elecciones presidenciales celebradas este pasado domingo de Michelle Bachelet, la primera mujer que ocupará la jefatura del Estado chileno, representa el triunfo del centro-izquierda y también el del camino democrático recuperado por Chile en los años 90, ahora totalmente asentado. El presidente saliente, Ricardo Lagos, deja así la escena política con una aprobación popular superior al 70% y con una línea política de evidente continuidad ideológica. La socialdemocracia chilena ha obtenido un gran éxito y, junto al resto de fuerzas políticas del país, ha dado una verdadera lección a toda América Latina.

Bachelet es hija de un general constitucionalista asesinado por el régimen militar y ella misma debió exiliarse con su madre para ponerse a salvo. Pero ha sabido, pese a su drama personal y con una altura de miras que la acredita, reconvertir su odio inicial hacia quienes le arrebataron a su padre para dedicarse desde el Ministerio de Defensa que ocupó en 2002 a una reconciliación nacional prácticamente sellada ya en el país andino. Más aún, y para mejorar todavía más el panorama político chileno, el propio candidato conservador Sebatián Piñera, que ha obtenido un excelente registro al recibir un 46% de los votos, ha sido también una revelación política que ha confirmado la instalación de un centro-derecha libre de toda contaminación con la dictadura. La victoria de la socialista Bachelet se debe en buena medida al comportamiento ejemplar de la Democracia Cristiana, su socio en los sucesivos gobiernos de la Concertación desde el fin de la dictadura y que tras perder las elecciones primarias internas para elegir un candidato decidieron cerrar filas con fidelidad y buen sentido táctico para volcarse en defender a la candidata común. Ahora, la nueva presidente de Chile deberá afrontar no pocos retos en su mandato.

Bachelet debe enfrentarse en el plano socioeconómico a un importante problema de redistribución de la riqueza y a una clase política que no termina de ver con muy buenos ojos el proyecto de Ejecutivo paritario que pretende implantar. Tampoco los problemas de vecindad con Perú y Bolivia, o los de educación y jubilaciones, van a ser fáciles de solventar. Pero la significativa y espontánea referencia hecha en su primer discurso respecto de verse como depositaria de los sueños de los chilenos, con mención expresa a los de quienes no votaron por ella, augura al menos una férrea voluntad de convertirse en el broche que cierre para siempre la concordia nacional y en la presidenta de todos los chilenos. Y pocos datos hay en su biografía que no avalen que, desde luego, lo intentará con todas sus fuerzas.