Mucho antes que Drake
El capitán Gutiérrez de la Cámara y Navantia publican 'La Marina Española frente a la piratería berberisca'
Actualizado: GuardarAntonio Barceló no era más que un tripulante mallorquín de un inofensivo jabeque correo propiedad de su padre. Pero decidió no rendirse a los ataques de los piratas berberiscos que asolaban la costa española y estrangulaban su comercio. Le atrajo más la idea de abordarse con ellos, saltar el pasamanos armado con su alfanje, luchar a brazo partido y rechazarlos con euforia. Sus hazañas privadas le valieron, además de la popularidad, el reclutamiento por parte de la marina y una carrera espectacular que acabó convirtiéndolo en almirante (entonces llamado general). La leyenda estaba creada y, con ella, lo que se llamó el espíritu Barceló: «Se les puede vencer». Carlos III lo mandó llamar a la corte:
-«Barceló, ¿cómo están los berberiscos?
-Temiendo el nombre de vuestra majestad, señor.
-No. El tuyo es el que temen y el que basta para hacerlos huir».
La figura heroica de Antonio Barceló fue el que llamó la atención del capitán de navío José María Gutiérrez de la Cámara Señán, que ha recogido tres siglos de luchas en el libro La Marina Española contra la piratería berberisca, que ha editado recientemente Navantia en su colección Bazán.
La guerra contra los piratas berberiscos se libró con más dureza y crueldad tras la expulsión de los musulmanes de Granada y fue una continuación bélica de la Reconquista. «Los ataques al comercio y a las costas siempre existieron, pero se acrecentaron con la salida de los moriscos, que se establecieron en el norte de África y, desde allí, se dedicaban a asolar nuestras costas», asegura Gutiérrez de la Cámara, que es además experto en armas submarinas. La táctica que llevaban a cabo era devastadora: «llegaban en la anochecida a un punto cercano al pueblo, eran guiados por moriscos hasta él y lo arrasaban», dice el autor, que asegura que, durante las incursiones, los piratas tomaban cautivos a los habitantes: «las mujeres eran violadas y puestas a disposición de los soldados» y los hombres eran reclutados para trabajar en los baños turcos, una labor de extrema dureza. La situación se agravó a partir de 1500, cuando los turcos comenzaron a dominar el mar y se sirvieron de la ayuda de moriscos renegados que habían sido cristianos, como los piratas Barbarroja, primero Aruch y luego Haredin, y el temible Dragut, que fueron la pesadilla de las naves y las costas españolas.
La piratería salió del Mediterráneo, y no se libró de ella la flota de Indias, que fue «azotada por los Hornacheros, gentes adineradas procedentes de Hornachos, un pueblo de Ávila, y que se habían constituido en nación independiente en la costa marroquí», dice el autor.
La batalla de Lepanto (1571) -en la que Juan de Austria, Álvaro de Bazán y Juan de Cardona destrozaron a la flota turca y consiguieron la hegemonía española en el Mediterráneo-, fue una «buena oportunidad» para terminar con la piratería. Sin embargo, «no se explotó la victoria y comenzó la decadencia frente a los berberiscos, que aumentaron su poder». Las guerras de Europa y la empresa de la llamada Armada Invencible restaron fondos y supusieron un balón de oxígeno para los frontones piratas: «la berebería y la franja que va de Anatolia a Alejandría».
Bajo el reinado de Felipe III y Felipe IV, siguió esta decadencia, hasta que tomaron el poder los ministros borbones: «primero Patiño, que mandó una expedición contra Orán y, por fin, el Marqués de la Ensenada». A mediados del XVII, comienza la lucha efectiva contra los berberiscos, con las actuaciones de Antonio Barceló y la «construcción masiva de jabeques, dotados con una mayor cantidad de cañones y más tripulación, destinada a la lucha cuerpo a cuerpo». En 1750, se contaba con 40 de estas embarcaciones, una armada que tardó pocos años en solucionar el problema. «En 1786, José de Mazarredo firma un tratado con Argel y el 1790, Jorge Juan cierra el acuerdo con los piratas de Marruecos».
Falta de marina
Además del daño al comercio, la piratería mantuvo las costas españolas despobladas. «Desde Perpignan hasta Portugal, las costas españolas están incultas, bravas y por labrar y cultivar, porque a cuatro o cinco leguas del agua no osan las gentes estar», decían las cortes de Toledo en 1538. Pese a sus efectos desastrosos, el problema de los piratas berberiscos no era del todo inexorable, según Gutiérrez de la Cámara. «Hasta los comienzos del XVIII, se trató el problema de forma deplorable. Con unas escuadras sutiles de costa se hubieran protegido todo hubiera sido mucho más barato».
Jabeques botados 'ad hoc'
En los mares del cañonazo y el abordaje del siglo XVIII, junto a los poderosos navíos de línea, las fragatas y las corbetas, convivía una peculiar embarcación. El jabeque era una nave de origen mediterráneo con tres palos con velas latinas armado con diez o doce cañones. Una vez la Marina Española estuvo decidida a acabar con la piratería berberisca, construyó y armó más de cuarenta jabeques a mediados del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III, para combatir por todo el Mediterráneo. Estos buques, al mando del almirante Barceló, acabaron con ella y, una vez desaparecida la amenaza, fueron abandonados en los arsenales.