Sociedad

La mirada trágica

El Premio Internacional de Fotografía de Médicos del Mundo pone rostro a los dramas humanitarios que subsisten en las regiones más desfavorecidas del planeta

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Luis Valtueña Gallego, fotógrafo madrileño, errático y solitario, como el de Los puentes de Madison, de 33 años, dueño de una cámara que había visto de casi todo y voluntario de la organización humanitaria Médicos del Mundo, moría de un disparo en la cabeza en Ruanda el 18 de enero de 1997, en un ataque perpetrado por extremistas hutus contra la sede de esta ONG.

El día en que la muerte le hizo su foto negra, estaba al mando de la logística de un proyecto humanitario. Como profesional de la imagen, acudía a los lugares donde había conflictos para captar con su máquina el horror humano y darlo a conocer al mundo. Hoy, Luis Valtueña da nombre a un club de bicicleta de montaña -«le gustaba recorrer el Valle del Mediano, a media hora de Madrid», recuerda un amigo- y a un certamen internacional de fotografía humanitaria organizado por Médicos del Mundo en memoria de todos sus cooperantes asesinados.

Son miradas trágicas. Instantáneas que espantan. Historias sin nombres ni apellidos. Cosas que pasan y que, cuando llegan, se olvidan pronto. Ver para creer. Ninguna imagen es fácil de digerir. También resultó difícil registrar cada escena por el visor. Calidad y dolor a partes iguales. «Le fotografié cadáver, una sola vez, prometiéndome que esto no lo haría jamás. Saqué la Leica del bolsillo observando que tenía poca luz y disparé», relata uno de los participantes en el Premio Luis Valtueña. «Ese día llovía a mares. Él venía cabizbajo. Buscaba a su familia en medio de la nada. Quise hablar con él. Su rostro no lo olvidaré», esboza otro profesional. «Insistía en que le tomara la foto con su hijo, porque del primero, también fallecido, no le quedaba nada», concluye otro participante.

Preguntas sin respuesta

Más de 400 fotografías -162 autores de 26 países- han concurrido al certamen, de las que una treintena se mostrarán a partir del día 24 en el patio de la Casa Encendida de la Obra Social de Caja Madrid (calle Ronda de Valencia, 2, Madrid). Unas y otras hablan de gentes que sufren, de la derrota de la condición humana, de grandes desastres naturales que acaban con grandes sueños y de preguntas condenadas a no tener respuesta. «¿Por qué nos tratan así?», cuenta un fotógrafo que le preguntó un hombre abandonado por las autoridades argelinas en el desierto.

En otras imágenes puede contemplarse a jóvenes voluntarios en alguna de las muchas casas de atención sanitaria que hay en Calcuta (India); la desolación que se vive en la costa oeste de Sumatra (Indonesia), a pocos kilómetros de donde se situó el epicentro del 'tsunami' en diciembre de 2004; la lucha de los refugiados togoleses por hacer suya una tierra nueva que les acoge; el día a día que transcurre en un centro de paralíticos cerebrales en Barcelona; la hambruna que padece la localidad etíope de Zwai, donde a los niños se les encarga el cuidado del ganado; la concentración de centenares de africanos, hasta ochocientos, en el monte Gurugú, en territorio marroquí, que aguardan a saltar la doble valla que separa la pobreza del bienestar; la explotación sexual comercial a la que son sometidas muchas chicas salvadoreñas; mujeres de Namibia que viven con el virus del sida; la rutina que representa caminar con un arma de fuego en la guantera para los habitantes de República Dominicana; las comunidades indígenas de la selva de Colombia, que so-breviven en medio del conflicto armado entre la guerrilla, los paramilitares y el ejército...

Premio compartido

Javier Arcenillas y Javier Teniente, ambos fotógrafos de la agencia Cover, han compartido el primer premio fallado por el jurado del certamen. El primero tomó la instantánea en Calculta: «Trabajar prestando atención a algunos enfermos como voluntario durante un par de semanas era divertido y extraño». Asearles, es-cucharles y proporcionarles lecturas ligeras «que, por supuesto, ni entendían ni les importaba» fueron parte de sus cometidos aquellos días. Procedían de mundos distintos, pero voluntarios y enfermos estrechaban lazos con «el simple tono de una voz cercana y el tacto del calor humano». «Pero no todo era mágico, también conocí momentos trágicos sin mi cámara. Junto a ella todo tiene más sentido. Se llamaba Sabba o le llamé así. Cuando falleció, después de unos instantes, el contacto con sus manos se hizo frío y el lugar tornó gris. No lloré, pero nunca como fotógrafo había tenido una sensación de tanta impotencia y soledad, de la muerte injusta».

Los ojos de Javier Teniente han visto guerra, marginación y desastres naturales en Irak, en Haití y, después, en la región indonesa de Aceh. Allí cubrió como reportero el desastre provocado por el tsunami. «Había cuerpos sin vida por todas partes. Entonces le vi a él desde el coche, poco antes de ponerse el sol, caminaba a solas. Sólo tomé esa fotografía. En medio de la nada. «Sabes a lo que vienes, pero algunas imágenes se te quedan grabadas para siempre», dice. Lo que se ve a través de la lente ha provocado muchas reacciones: «Fuimos a conocer y a cooperar. Esta visita me hizo cambiar. Ahora trabajo en varios proyectos huma-nitarios», revela el fotógrafo Antonio Moreno.