Churras y merinas
Actualizado: GuardarUn viejo refrán aconseja no mezclar churras con merinas, en una invitación a la claridad de ideas que pasaría por no poner en relación cuestiones aparentemente alejadas, por su origen distinto. Aparentemente, vendría al caso el refrán si alguien quiere hablarnos de la pobreza y del Estado de las Autonomías.
Según demuestra la última Encuesta de Condiciones de Vida del INE, la distribución de la riqueza en España no ha cambiado en el último decenio y, a pesar de que este país es mucho más rico y ha crecido por encima de la media europea, el porcentaje de pobres y su localización apenas lo ha hecho. Y aunque ya a nadie llame a escándalo, sepan que hay casi nueve millones de españoles que están en situación de pobreza relativa. Y ¿a ver si adivinan ustedes donde están concentrados los mayores porcentajes de personas necesitadas? Curiosamente viven en Extremadura y Andalucía, como no podía ser menos. Quizás fue la localización de la pobreza en las Autonomías del oeste de España, la que me llevó al recuerdo de las churras y merinas que durante siglos horadaron las vías pecuarias que recorrían estos territorios.
Seguramente tampoco les resultará difícil imaginar en qué territorio de Andalucía hay más pobreza. No les sorprenderá saber que es Cádiz (como no podía ser menos), donde un 5,5% de la población (unas 64.000 personas) viven en situación de pobreza extrema, con menos de 120 euros al mes.
Estas son las churras, veamos ahora las merinas. Resulta que después de un cuarto de siglo del Estado de las Autonomías, la pobreza y la riqueza están más o menos distribuidas de la misma o parecida forma y las comunidades más pobres, aún habiendo crecido por encima de la media, apenas han acortado distancias respecto a las más ricas. Así pues, se podría concluir que el sistema político no ha sido capaz de corregir estos desequilibrios, ni los territoriales ni los sociales.
Y resulta que son precisamente las Autonomías más ricas las que han planteado y están planteando el que su singularidad histórica y cultural se traduzca en un tratamiento económico favorable, lo cual, provoca lógicamente recelo o rechazo por parte de las Autonomías más pobres, que no sólo lo consideran injusto, sino que ven peligrar los escasos recursos de que disponen para conseguir que la brecha diferencial no siga creciendo.
Referido al caso más cercano, el de Cataluña, la cuestión de fondo es y será ésta: cómo se distribuirán los recursos. Si a los partidos catalanistas les salen las cuentas y con el nuevo Estatuto hay proporcionalmente un mayor trozo de la tarta, muy probablemente se aprobará y la cuestión de la denominación de origen (llamarse nación) podrá pasar al preámbulo sin más trascendencia que la de otras muchas declaraciones cargadas de emotividad pero carentes de consecuencias.
La distorsión que está realizando el principal partido de la oposición de un problema tan emocional y complejo como es el del adecuado encaje de las Autonomías, no sólo provoca el escalofriante rechinar de los, por fortuna, oxidados sables, o los exabruptos graciosillos de una autoridad institucional indigna de serlo, sino que distraen del verdadero meollo: cómo repartir la riqueza en España. Ojalá se impongan la cordura y la justicia social.