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El despliegue en Irak limita las opciones militares de EE UU al desafío nuclear de Irán

El temor de Washington se centra en los efectos de un eventual ataque de Israel contra el régimen de los ayatolás

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Pese a la doctrina del eje del mal y todas las justificaciones para ataques preventivos formuladas por la Administración Bush tras el 11-S, la posibilidad de una intervención militar a gran escala de Estados Unidos ante el desafío nuclear de Irán aparece ahora bastante remota.

Un limitado margen de maniobra que, entre otros factores, se explica por la situación en Irak, teatro de operaciones que desde la invasión en marzo de 2003 ha colocado al Pentágono al límite de sus recursos, sobre todo terrestres. Especialmente, ante el ingente reto de mantener un despliegue superior a los 150.000 soldados, con un gasto semanal que supera los 700 millones de euros y una lista de bajas mortales que ya contiene más de 2.200 nombres.

No obstante, informaciones periodísticas publicadas en 2005 han venido recordando la existencia de planes de guerra actualizados. The Washington Post dejaba saber en febrero del año pasado que el Comando Central -el mando regional con base en Florida donde se encuadra el territorio iraní- estaba revisando posibles opciones militares contra el régimen de los ayatolás. Esfuerzos de planificación caracterizados por el Pentágono como rutinarios, pero que servirían en parte para reflejar el actual acceso de Estados Unidos a dos países fronterizos con Irán: Afganistán e Irak.

Posible autorización

Otro comentado reportaje del periodista Seymour Hersh publicado hace un año por el semanario New Yorker apuntó que la Administración Bush ya había autorizado la intervención de fuerzas especiales en Irán con el fin de analizar y medir las posibilidades de bombardear con éxito objetivos nucleares, químicos y de misiles declarados como sospechados. Aunque el Departamento de Defensa cuestionó la credibilidad de ese reportaje, no llegó a desmentir específicamente los detalles ofrecidos por el reportero, descubridor del escándalo de Abú Ghraib.

De acuerdo a esas informaciones, con todos esos preparativos el Gobierno de EE UU estaría especialmente empeñado en no tropezar dos veces en la misma piedra de armas de destrucción masiva inexistentes. Según esos análisis preliminares, tres cuartas partes de potenciales objetivos podrían ser destruidos desde el aire, con el resto situados en mitad de centros de población o enterrados a demasiada profundidad. Lo que plantearía la táctica adicional de incursiones con tropas especiales.

Públicamente, la Casa Blanca ha venido manteniendo sobre el uso de la fuerza militar en la república islámica una calculada ambigüedad con mensajes cruzados. En su gira europea de febrero del año pasado, Bush intentó tranquilizar a sus aliados en el Viejo Continente diciendo que «esa noción de que Estados Unidos está preparándose para atacar Teherán es simplemente ridícula». Declaración acompañada por la inquietante apostilla de que «todas las opciones se encuentran sobre la mesa».

Situación similar

Lo que sí ha expresado claramente Washington es su temor a que Israel actúe por su cuenta contra la infraestructura nuclear de un gobierno abiertamente hostil. El propio vicepresidente Cheney ha confirmado la posibilidad de que se repita contra Irán algo similar a la incursión aérea de 1981 por cazabombarderos hebreos contra el reactor atómico iraquí de Osirak. En ese hipotético caso, los aviones de Israel tendrían que atravesar el espacio aéreo de Irak, controlado por Estados Unidos.

Según Cheney, en un escenario de este tipo, sobre la comunidad internacional recaería la responsabilidad de hacer frente a las posteriores consecuencias. A pesar de estos reparos, la Administración Bush autorizó en abril del año pasado la privilegiada venta a Israel de un centenar de bombas GBU-28, munición especialmente diseñada para destruir bunkers subterráneos. Esta operación, valorada en 23.000 millones de euros, ha dado pie a especulaciones sobre un ataque preventivo israelí con cierto respaldo de la Casa Blanca.