Tribuna

De un poeta insolente

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Acabo de leer, entre sorprendido y turbado, la entrevista que Nuria Azancot realizaba en las páginas de El Cultural a Guillermo Carnero (Valencia, 1947) y Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970). Poetas de generaciones y registros distintos, pero unidos en esta ocasión para dar cuenta de las principales diferencias existentes entre aquellos novísimos de los 70 y los nuevos de este siglo que principia.

En contraste con la sobriedad y respeto de los que hacía gala el poeta valenciano -Premio Nacional de Poesía, Premio de la Crítica y último Premio Loewe-, me di de bruces con los comentarios, entre provocadores y lamentables, del cordobés de marras. Para empezar, esta perla: «Hay que enterrar a Machado. La miseria es seguir escribiendo hoy como Machado». Me pregunto qué le habrá hecho a este insolente el bueno de Don Antonio, aparte de haberle posibilitado aprender algo de poesía. Para continuar, unas reflexiones sobre «las tendencias poéticas en los 80» -él sólo tenía 10 años, pero ya se sentía igual de iluminado que ahora-; y más adelante, haciendo amigos: «La mayoría de los poetas jóvenes españoles sólo busca fotos, bolos, publicaciones inmediatas, premios ». De lo que se deduce que él no; y por eso prefirió no rechazar salir a todo color y con doble foto en un suplemento literario de tirada nacional y, por ende, darle un empujoncito a su nuevo poemario, del que afirma sin ruborizarse: «Es más ambicioso, más afectivo, más dotado de voz». Y ya, cerca del final, una nueva guinda para el pastel, al hilo de Jorge Guillén: « ese hombre sereno cuyos versos parecen grititos afeminados, y que tiene una de las reputaciones más incomprensibles que conozco»; y de Valente: «siempre me interesó muy poco: dio pie a una línea de poesía estéril».

En mi condición de poeta -y en general, amante de la literatura-, y a buen seguro que en la de muchos otros colegas que tratamos tan noble género con mucho más consideración que este deslenguado, lo que me preocupa es que se presente a personajes de esta traza como representantes de la nueva poesía. Es rotundamente falso que los autores de hoy tengamos esa mala baba, ese odio hiriente, esa suficiencia y esa falta de educación -Machado, Guillén y Valente han muerto, sus familiares no- con nuestro pasado, presente y futuro lírico. Yo ya he leído a algunos como éste en declaraciones semejantes. Un poeta burgalés se descolgó al presentar su primer poemario con que Salinas «era un cáncer». Otro, mallorquín, aseguraba en su bautismo poético: «A la mierda con Juan Ramón». Otro, madrileño, afirmaba que San Juan de la Cruz era «un menda de estos, y su poesía, ñoña». De ellos, no hemos vuelto a tener noticia, ni en prensa ni en radio ni en televisión. Otra, -laureadísima en el terreno narrativo-, afirmó: «En esta España nuestra se deja morir de hambre a los poetas». Y para que no le pasase a ella, editó su primer volumen de poemas plagiando a Antonio Colinas -¿o serían cosas de la intertextualidad?-.

La falta de humildad de algunos, su necia apostura, no debería mancillar nunca la concordancia de este entreverado mundo de las letras. Y aún menos de los autores ya fallecidos, que tanto, tantísimo hicieron por el bien de nuestra poesía. No, a Machado no habría que enterrarlo. Tal vez sí hubiera que meter bajo tierra este tipo de declaraciones que no contribuyen a impulsar ni a mejorar la actual realidad poética. Quizá, sólo sirvan para enfangarla.

Y perdónate, Vicente Luis, que aún eres joven y la poesía, por fortuna, está a salvo de estas cosas.