CÁDIZ

De urbanización señorial a la movida nocturna

Los negocios de esta vía, que hace tres décadas estaba plagada de casas veraniegas, reclaman el ensanche de las aceras cuando se produzca el traslado del hospital

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Poco color amarillo (en alguna bandera del Cádiz que pende de una ventana) y ni rastro de la combinación con verde que todo el mundo identifica como los colores de la bandera brasileña, aunque no haya puesto un pie en Ipanema. Pero el ambiente de la calle Brasil, sobre todo cuando se deja sentir el sol, sin llegar al tono carnavalero latino, puede alcanzar los grados deseados. Eso sí, con ayuda de la combinación deseada: un buen plato de comida y algún trago para animar la velada.

La vía que tomó prestado el nombre del país de los astros del balón vive en una continua transformación: desde hace décadas, cuando era cuna de algunas de las familias más pudientes de Cádiz, hasta hoy, plagada de bares, restaurantes y pubs. Desde la mañana, con furgonetas de carga y descarga, hasta las noches de los fines de semana, donde algunos se dedican al botellón más o menos discreto o disfrutan del ambiente de locales como el Iguana, que ha hecho doblete en la misma calle con otro establecimiento.

Por no hablar de la diferencia del invierno al verano. Cuando llega la época de echarse la bufanda al cuello, muchos locales aprovechan la cercanía del hospital para atraer clientes. Pero la gran explosión llega en verano, con la visita de turistas y locales que hacen de la chancleta y el traje de baño su modus vivendi.

Sin embargo, con la vista puesta en el cierre del hospital, los propietarios de los establecimientos ya piensan en una alternativa: cerrar la vía al tráfico para motivar a los peatones a que pasen por sus locales. En la actualidad, el tráfico, las dobles filas, la falta de aparcamiento y la estrechez de las aceras no invitan al paseo sosegado. Uno de los partidarios de la medida es Antonio Pérez Bea, del Burguer Chop, un establecimiento que abrió sus puertas hace veinte años y que lleva a gala su lema: 'El que prueba, repite'. Pérez Bea se queja de los embotellamientos que produce la doble fila, de las pitadas y en ocasiones, de la limpieza deficiente. Su negocio, explica, aunque cuenta con clientela fija, «ya no es lo que era, porque la gente se ha dado cuenta del palo que ha sido esto del euro».

Pero el decano del negocio de la restauración es el Nebraska, cuyos famosos caracoles atraen a visitantes de toda la provincia e incluso de fuera, como explica el encargado, Juan Parrado Grimaldi. Hace más de treinta años, cuando el bar abrió sus puertas (en sustitución de una heladería que antes había sido bar de copas también), la arena de la playa lo inundaba todo. Muchos de los edificios que ahora dan sombra a la calle Brasil no existían y Parrado recuerda que en el espacio que ocupa uno de ellos -donde hoy está el aparcamiento Rebollo-, existía un colegio de internos. «No tiene nada que ver con cómo están las cosas ahora. Aquello estaba lleno de boquetes. Ahora es una calle de primera». Uno de sus clientes habituales y de los establecimientos de la calle Brasil, José Pastor, lo corrobora: «Esto está muy bien», comenta al tiempo que degusta una tapita de atún guisado, otra de las delicias de la casa.

Pero posiblemente quien más recuerdos acumule sobre esta vía que conecta el Paseo Marítimo con la Avenida es Antonio, del bar del Gitano, quien además trabajó durante muchos años en otro bar que también era tienda de ultramarinos en la calle Brasil, La Victoria. Éste se encontraba situado en el solar que hoy ocupa una colchonería. Antonio recuerda aquella época en la que la vía estaba llena de chalés y mansiones señoriales. «Era una calle de mucho dinero y con unas marmotas impresionantes», asegura.

Los antiguos del lugar, precisamente, son los que pueden mencionar aquellos tiempos en que familias como los Redondo, los Candado, los de La Hera y otros más salían de Cádiz en verano para venir a pasar los meses de calor junto al mar.

Así, por ejemplo, en el lugar que ahora ocupa un bingo (en la esquina con el Paseo Marítimo), en la actualidad en obras, estaba la casa familiar de un conocido inspector de Hacienda. Eran tiempos en los que el turismo no existía ni como fenómeno de masas y en los que el verbo «veranear» no había sido incluido ni siquiera en el Diccionario de la Real Academia Española.

«Había más familiaridad, menos gente, pero eran señores de categoría, que iban a comer a los restaurantes con toda su familia», relata Antonio.

Otra referencia para los amantes de la gastronomía gaditana es la freiduría de Las Flores. El local de la calle Brasil es el segundo que abrieron los propietarios tras el de la plaza de Las Flores y atrae a diario a decenas de personas en busca de su famoso pescaíto frito. Lleva veinticinco años sirviendo esta delicia en la calle de resonancias cariocas. Algunos de sus empleados acumulan más de una década detrás de la barra, tratando con los clientes y recuerdan, por ejemplo, el incendio que afectó al bar hace unos seis años.

Para los carnívoros se abre otra opción a pocos metros de Las Flores: el restaurante La Montanera. Su encargado, Rafael Carbonell, comenta que atienden a sus habituales desde hace siete años. Como los otros, abren todo el año, «aunque en invierno, claro, es más bajito, pero también trabajamos porque está cerca el hospital».

Hay negocios mucho más recientes que el Nebraska o Las Flores, como la tienda de prensa y accesorios Acá, donde Raúl Mimbacas ha tratado de dignificar la venta de periódicos y revistas con un diseño abierto y colorista, que recibe al visitante con una primera plana en su fachada de la época de la Constitución: «La Pepa consagra la libertad de Prensa», dice en grandes caracteres. «Es un invento nuestro -dice imperturbable Mimbacas- Se nos ocurrió y pensamos que podía ser original».