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Una despedida por separado

Los funerales por Catalina y Miguel se celebraron sin incidentes, pese a los temores previos que existían

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En una mañana fría, ventosa y desapacible como la de ayer, la población gaditana de Alcalá de los Gazules vivió una de las jornadas más tristes de su historia más reciente; con el cementerio como punto de encuentro para cientos de ojos vidriosos y cargados de emoción.

Tras las pertinentes autopsias por muerte violenta a los cuerpos de los dos fallecidos y con un intervalo de dos horas, tenían lugar los funerales de Catalina Cabeza y Miguel Sánchez, muertos por los disparos de una escopeta de caza el pasado martes. Ambos sepelios congregaron a numerosos familiares, amigos y vecinos en medio de la conmoción general, aunque sí se notó que la comitiva que acompañaba el féretro de Catalina era más multitudinaria que la que seguía los restos mortales de su presunto asesino.

La jornada de dolor y emoción comenzaba bien temprano. Apenas cinco minutos antes de que dieran las 11 de la mañana, la parroquia de San Jorge de la localidad gaditana abría sus puertas y los allí presentes veían como se acercaba lentamente el coche fúnebre que transportaba los restos mortales de uno de sus vecinos, Miguel, que tras una homilía de apenas treinta minutos en el interior de la parroquia, era trasladado al camposanto municipal de Alcalá para recibir cristiana sepultura.

Su padre, visiblemente emocionado y ayudado al caminar en todo momento por sus allegados, mantenía a duras penas su entereza viendo cómo enterraban a su hijo en medio de la expectación de multitud de periodistas congregados en el pueblo y de poco más de un centenar de personas que hacían el último recorrido con el fallecido.

Tras un paréntesis de apenas una hora llegaba el turno para el sepelio de Catalina. Fue entonces cuando la población de Alcalá de los Gazules se echó a la calle para dar su último adiós a una de sus vecinas más queridas y acompañar a la familia en tan difíciles momentos.

Numerosos jóvenes compañeros de escuela y amigos de sus hijas, decenas de allegados y parientes procedentes de diversos puntos de la provincia tras un largo velatorio en el Tanatorio de Cádiz, representantes de la corporación municipal con su alcalde Arsenio Cordero a la cabeza, y varios cientos de vecinos anónimos se dieron cita a las puertas de una parroquia abarrotada.

Allí se pudo contemplar el dolor de todo un pueblo que se palpaba en los rostros y en los gestos de impotencia de muchos por una vida arrancada de forma prematura. Tanto el esposo de Catalina como sus hijas fueron atendidos en todo momento por sus familiares, lo que facilitó que el camino de apenas 400 metros que separa la iglesia del camposanto se realizara con entereza y en profundo silencio de respeto.

Además, cabe reseñar que en ningún momento se produjeron incidentes pese a los temores previos que llevaron incluso a celebrar los entierros por separado. Una maraña de fotógrafos y cámaras de televisión fueron testigos mudos de un capítulo más de un suceso que sigue siendo investigado por la Guardia Civil.