«El arte debe ser ecléctico y dejar que cada cual elija la llave de su alma»
La Sala Rivadavia muestra hasta el 20 de febrero 'La forma desvaída' Sus paisajes derivan hacia lo abstracto
Actualizado: GuardarBrumas de color que esconden montañas, mares encrespados que rivalizan con el viento. La magnificencia de la naturaleza más allá de épocas y estilos, como un magma de sentimientos, nostalgias, miedos. La pintura de Antonio Belmonte (Huelva, 1952) bien pudiera haberse firmado hace cien años, un paso más en la figuración de los románticos. Los mismos códigos, similar actitud frente a los envites de la madre tierra. La pintura de Belmonte tiene encanto centenario y la valentía de unos códigos que rivalizan con el actual status quo. Su lenguaje es insólito en la forma y en el fondo, en el homenaje a ese sentir que escapa a las modas para replegarse en la esencia última del arte, la de invocar sentimientos, despertar conciencias, hablar del alma.
La forma desvaída muestra en la Sala Rivadavia las 23 obras de su última producción. Una pintura madurada y reflexiva en la que la pincelada se suelta despegándose de la figuración. «Decidimos poner ese título porque los objetos se han ido diluyendo en la atmósfera hasta casi desaparecer, creando una visión más sugerente y difusa», explica Belmonte que continua identificando su esencia, «su alma», con los mismos paisajes monumentales que han definido su pintura como uno de los autores más personales de la ecléctica generación de los ochenta.
«La naturaleza sigue siendo el denominador común para retratar mi alma y mi espíritu pero la forma ha ido cambiando. Es la edad... conforme pasan los años uno se da cuenta de que necesita menos las cosas anecdóticas, va eliminando las conversaciones que no son interesantes. En mi pintura está desapareciendo lo superfluo para quedar sólo lo puro», asegura.
Como «un escritor que se vale de la poesía para mostrar en unos pocos versos toda la pasión que cabría en una novela», Belmonte casi ha eliminado también el elemento humano de sus paisajes, en los que las figuras se integran como un «matiz romántico», muestra de «la grandiosidad de la naturaleza».
Avalado por la prestigiosa Galería Sen de Madrid, Belmonte enfrenta su concepción del arte, la que defiende el contenido por encima de «lo epatante, más allá de modas efímeras y censuras de feria». En su larga trayectoria, ha enfrentado sus arrebatados paisajes con ese arte monopolizado en el que nada cabe si no se ajusta a las modas.
La naturaleza
«La naturaleza da una conciencia universal que nunca me ha proporcionado el hombre. La contemplación de cualquiera de sus rincones es capaz de abrir en nosotros la ventana de las emociones, la caja de pandora de la libertad. Creo en esa concepción de arte, como creo en los clásicos de la Literatura que reflexionan siempre en torno a las mismas constantes del ser humano. Mi vehículo de emociones ha sido hasta ahora la naturaleza figurativa y que tiende ahora hacia la abstracción. En ese sentido, me siento un pintor solitario», reflexiona.
Compañero de generación de nombres tan dispares como Costus o Julio Juste, Belmonte pone en entredicho los actuales ritmos comerciales del arte y cuestiona una fórmula de creación en la que «los artistas ya no somos trasmisores de sentimientos sino investigadores». «Es muy difícil valorar qué es arte y qué no porque hay escenografías teatrales y secuencias fílmicas que merecerían considerarse como instalaciones o videoarte... En España tenemos la costumbre de mirar al extranjero a pesar de nuestra gran cantera de artistas y de dejarnos llevar por todo lo que esté de moda más allá de nuestras fronteras».
«El arte no es cuestión de modas sino de algo más profundo. No puede estar monopolizado en la figuración, el concepto o la performance... sino en todo al mismo tiempo. Debe ser ecléctico y ofrecer un poco de todo para que el espectador elija cuál es la llave maestra de su alma», afirma.