Érase una sombra
Actualizado: GuardarUn intrépido ratoncito llamado Chicle, que vivía muy a gusto en una casa muy antigua del centro de una ciudad como Jerez, se lo pasaba en grande viviendo como un maharajá. Chicle, que hacía estragos y diabluras a una familia que se apellidaba Palomo, se enteró de que por culpa de una viga mala y, sobre todo, por la poca luz o sol que entraba en esa humilde casa, la familia había decidido irse del centro de la ciudad húmeda y sombría a una casa de éstas que le llaman pitufas en las afuera de la ciudad, donde el sol pegaba de lo lindo. Vamos, que estaba bien despachá de Lorenzo, que es como se le llama al sol.
Chicle, al saberlo, fue a su compare, que estaba en la alacena del vecino y muy desolado le dijo: «¿Sabes, compare Pulgoso?, me han reventao el negocio. Se quieren mudar. Yo no sé lo que es buscarme la vida detrás de la comida. A mí me lo ponen tó por delante».Y lanzó un SOS afirmando: «Con lo enchochao que estoy yo con esta familia y, sobre tó, con el más pequeño, un tal Daniel, que me tiene escondido y me alimenta a base de bien, con avellanas, salchicas, mucha mortadela, chacinas y embutidos y, en ocasiones, incluso me ha traído un bocadillo de pringá. Vamos, nuestra relación niño-ratón es un ejemplo fino y con glamour de lo que es el dicho ése de el ratón, el mejor amigo de los niños. ¿Y a partir de ahora qué? ¿Qué me aconsejas tú, compare?», le preguntaba con insistencia.
El amigo se las dio de enteraíllo y le dijo que cogiera el toro por los cuernos y no perdiera la paciencia, y remató con un: «yo me iría con ellos al nuevo hogar». Chicle dijo para sus adentros: «Tate ahí, ¿cómo voy a subsistir a partir de ahora sin mi Dani, que me lo pone tó por delante? Me meteré en una bolsa de zapatos y me iré con la mudanza».
Chicle cuajó muy bien en el nuevo hogar, nada de subir escaleras como antes, el patio era tan soleado que si no ponías una sombrilla y usabas cremas de protección solar te quemabas la piel. Y la alegría llegó a la familia con el sol de la nueva casa.
Un día pareció como si se rompiera el sol y llegara la noche. Una enorme sombra se fue adueñando del patio soleado, de las macetas, de las luces de las ventanas y hasta del limonero. Una sombra que iba avasallando tanto a los ladrillos de la casa como al espíritu risueño y simpático de los miembros de la familia. Parecía una casa embrujada, con un maleficio.
El padre de Daniel fue a preguntar a las autoridades si era legal esa sombra que agobiaba a la casa. Le dijeron que sí, que era normal, que la sombra tenía los papeles en regla; vamos, que tenía licencia y tó. Y es más, le llegó a decir el alcalde que cabrearse por eso era una pamplina, que se hiciera a la idea de que estaba en su casa del centro, la que parecía una cueva todo el día. Un Defensor del Pueblo llegó a afirmarle que si no quería conformarse tendría que gastarse muchos ubriques en contenciosos y abogados, pero que al final se arruinaría y la sombra no se la quitaría ya de encima, ni con agua hirviendo.
El padre de la familia se quedó muerto por no ver salida a tanta mala suerte, y tanto se comía el coco que convocó a sus 80 vecinos y vio que también estaban ciegos, que miraban para otro lado con su problema, con tan mala sombra que estuvo dos semanas enfermo y de psicólogos, debido, dicen, a la impotencia.
A Chicle ya no le llegaban salchicas ni mortadela, sólo yogur natural. Quería mandar muy lejos a la sombra mala que había quitado la alegría a todos los habitantes de la casa. Entonces, un día se le ocurrió ir al mago Tamiri y pedirle por favor que le quitara la sombra. Éste fue a la casa y frotándose las manos las elevó sobre la gigantesca pared, diciendo: «¿Sombra mala, malita, que te derritas, ya!».
El ratón Chicle no podía creer lo que veían sus ojos. La sombra se había trasladado a todos y cada uno de los vecinos y la casa de Daniel era la única a la que le daba el sol. A partir de entonces, Chicle volvió a comer chorizos y la alegría volvió al hogar y colorín calorado.
La lección con la que debéis quedaros es que torres de sombras son difíciles de resolver, pero cuando se invoca la magia potagia, a quienes se hacen los ciegos se les puede empeorar su propia barba.
Jesús Palomo Rodríguez. Jerez