LA PALABRA Y SU ECO

En nombre de la Constitución

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Parece que todo el mundo está de acuerdo con la actitud del ministro del Ejército con respecto del discurso leído en Sevilla por el teniente general Mena el día de la Pacua Militar. Que a estas alturas de la película, un alto representante de las Fuerzas Armadas haga uso del púlpito que le presta su cargo para, en nombre de la Constitución, amenazar con la posibilidad de intervención militar en caso de que el Estatuto de Cataluña vulnere la territorialidad española es intolerable. Ni el jefe de la Fuerza Terrestre, ni del Estado Mayor, ni el Capitán General de todos los ejércitos -que es el Rey- tienen la potestad de erigirse en portavoces del presunto sentimiento de inquietud expresado en las salas de bandera para amenazar al resto de los ciudadanos. Cada uno particularmente puede tener la opinión que sus creencias, ideologías y opción política le configuren, pero como soldados tienen el deber de callársela en la tribuna pública. Un ejército está al servicio de su comunidad civil, y es ésta, a través de su Parlamento y Gobierno, quien decide cómo y cuándo debe ser defendida de elementos adversos que pongan en peligro su integridad. Oír hablar a un militar de las «preocupaciones de mis subordinados» con respecto al «futuro de la integridad de España» e invocar seguidamente el artículo 8 de la Constitución, no deja de obedecer a una actitud golpista, por muy sanos y liberales que sean los principios que ésta defiende. Golpe de estado es todo movimiento impuesto por la fuerza contra cualquier decisión de un gobierno popularmente soberano. Y que se sepa, el Estatuto de Cataluña es un proyecto votado por cerca del noventa por ciento del Parlamento Catalán y en vías de discusión en las Cortes Españolas, órgano máximo donde los ciudadanos depositamos nuestra confianza política cada cuatro años. Todo lo demás es aberrante, autoritario y dictatorial desde cualquier punto de vista.

Bien es cierto que las declaraciones de Mena, que hace unos años hubieran hecho temblar a la mayoría de la sociedad, hoy no dejan de producirnos una sonrisa amarga, buena señal de que hemos alcanzado la exigida normalización para vivir sin sobresaltos. Lo que sí despierta una sensación desazonadora es la postura reaccionaria de ciertos sectores políticos y mediáticos que, aunque apoyan -tarde y a regañadientes- la medida adoptada por la autoridad pertinente de apartar definitivamente al militar de sus funciones (¿Quién tendría la cara de no hacerlo y mantener firme el escaño y el talante demócrata¿), justifican el ímpetu de sus palabras por el clima socialmente turbulento creado naturalmente por Zapatero y sus socios. «Eso no pasa porque sí» ha dicho Rajoy. Es como cuando el machito exculpa la violación porque la jovencita iba provocando con su falda corta. O como cuando en los tiempos oscuros del franquismo, alguien decía ante la inesperada detención del vecino: «algo habrá hecho». Les aseguro que los desatinos patrios ya no vienen del ejército, sino de aquellos que aprovechan la mezquindad para obtener ganancias. Eso sí, en nombre de España y su Constitución.