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Tribuna

Jano bifronte y las calendas de enero

ANTONIO SERRANO CUETO/PROFESOR TITULAR DE FILOLOGÍA LATINA DE LA UCA
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Al principiar el año rendimos culto, sin saberlo, a Jano Bifronte, el dios romano del tránsito y los inicios. Situado en el inexistente límite entre el pasado y el porvenir, Jano ejercía sus dominios sobre los comienzos, pues a él se consagraban la mañana, el día primero del mes, el mes primero del año y del siglo. Al decir del poeta Ovidio, en las calendas de enero (jornada que también entonces transcurría jalonada de felicitaciones y parabienes) los romanos acometían sus quehaceres cotidianos con inusitada actividad, como forma de granjearse desde el principio los auspicios del dios. De ahí que los ecos de su nombre hayan pervivido en el primer mes del calendario: enero, January, janeiro, etc. En la Roma primitiva, tan pragmática como religiosa, todo negocio o empresa incipiente se sometía a su voluntad, y como patrón de las acciones humanas (o deus agonius, del verbo latino agere, hacer), el 9 de enero los romanos le ofrendaban el sacrificio de un carnero. Poco después, los días 11 y 15, acontecía la fiesta sagrada en honor de la ninfa Carmenta, diosa de los partos, a cuya imagen se asociaba Jano como deidad del principio básico de la vida. Recibía Jano, entre otras ofrendas, humildes tortas de harina. Según el parecer de algunos, andando el tiempo estas tortas paganas habrían mudado su sabor y dado lugar al tradicional y muy cristiano roscón de Reyes.

Como divinidad tutelar de todo tránsito (espacial y temporal), Jano guardaba las puertas celestiales y las terrenales y, cual un San Pedro pagano, portaba un llavero colgante en la mano izquierda, amén de un báculo en la derecha. Había nacido el dios con un atributo monstruoso que le permitía realizar cumplidamente su función de portero: dos caras para vigilar a la vez a ambos lados de la puerta. El legendario rey Numa construyó un templo en su honor en el Foro, provisto de dos puertas enfrentadas. Tenían estas puertas la peculiaridad de permanecer abiertas de par en par en tiempos de guerra y cerradas en tiempos pacíficos. De esta manera simbólica se requería al dios para que las legiones romanas hallaran expeditas todas las entradas y salidas durante la campaña bélica, en especial las de desfiladeros tan fatales como las célebres Horcas Caudinas. Mas no había de quedar tan magnífico numen en mero oficio de portero. Gracias al potencial simbólico de su naturaleza dual, Jano adquirió competencias extraordinarias. Se creía que una de sus caras miraba a Oriente y la otra, a Poniente, porque el dios abría las puertas del sol al alba y las cerraba con el lucero vespertino. Igualmente podía mirar los dos solsticios del ciclo solar, el de verano, cuando el sol principia el descenso, y el de invierno, cuando comienza el ascenso, lo que lo convertía en el gozne del universo y le confería la salvaguardia de la generación de la vida y la germinación de las simientes. Como dios civilizador de la Edad de Oro, a él debemos, entre otros bienes, la invención del lenguaje, la arquitectura, la navegación y las monedas. No en vano en tiempos de la República romana circularon ases con el busto de Jano Bifronte en el anverso y la proa de un navío en el reverso. Con el correr de los siglos el humanista italiano Andrea Alciato (1592-1550) vería en el dios el trasunto ideal de la prudencia, y a él consagraría su emblema Prudentes (XVIII), cuyo grabado muestra la cabeza de Jano flotando en el centro de un cielo nuboso sobre una ciudad con traza oriental. El epigrama explicativo desvela el simbolismo de un ser que, por asumir las enseñanzas del pasado, contempla con mayor sabiduría el futuro. La imagen de Jano también fue del gusto del pintor francés Nicolas Poussin (1594-1665), pues recurrió a ella para ilustrar el flanco izquierdo de su cuadro La danza de la vida humana (ca. 1638), donde se aprecia la cabeza del dios en un herma, mientras la Pobreza, el Trabajo, la Riqueza y el Placer danzan al son de la lira del Tiempo.

Así pues, al principiar el año la cabeza geminada del dios preside nuestros primeros empeños y nuestros primeros afanes. Como en el emblema de Alciato, su cara más insatisfecha contempla el largo trecho de los meses pretéritos y su cara esperanzadora se esfuerza en vislumbrar, entre las nubes iniciales, la prosperidad de los meses venideros.